La biblioteca de los libros perdidos, de Stuart Kelly

 

 

Este libro de Stuart Kelly nos muestra un trabajo impresionante. Comparte título e intenciones con otro ensayo de Alexander Pechman que, por el momento, no he leído: no sé por qué, me atrajo más el de Kelly (quizá porque ya no es fácil de conseguir en las librerías de novedades). También circula por ahí Historia de los libros perdidos, de Giorgio Van Straten, que tampoco he leído.

La introducción del volumen de Stuart Kelly incluye esta frase (La historia entera de la literatura era también la historia de la pérdida de la literatura) que conecta, al final, con esta otra incluida en su conclusión (La pérdida no es una anomalía, ni una desviación o excepción. Es la norma. Es la regla. Es ineludible). Entre medias, nos ha metido en las vidas y en las pérdidas de un montón de escritores, en orden cronológico de nacimiento: Homero, Longino, Geoffrey Chaucer, Miguel de Cervantes, Jean Racine, Laurence Sterne, Jane Austen, Frank Norris, Bruno Schulz o Sylvia Plath, por citar sólo unos cuantos ejemplos de una nómina de alrededor de 80 nombres.

En esta historia de los libros que no llegaron a completarse hay de todo: desde los manuscritos cuya escritura quedó a medias porque a los autores les pilló la muerte hasta ésos que ni siquiera llegaron a escribirse pero de los que sus artífices hablaban en sus cartas como próximos proyectos, pasando por casos en los que sólo pudieron componer unos pocos poemas o unos pocos capítulos porque perdieron el original y, las más de las veces, no quisieron reconstruir de memoria lo perdido. Hay casos de incendios en bibliotecas, de originales robados o perdidos por un despiste, de obras censuradas y prohibidas, de cartas y diarios que los herederos prefirieron arrojar al fuego (en vez de desobedecer las últimas voluntades, como hizo Max Brod). Hay anécdotas increíbles y otras más o menos conocidas. Sólo se le podría reprochar algo que Sofía Rhei ya señaló en su reseña de 2007: que apenas aparezcan escritoras en la nómina, quizá porque (como señala ella) Kelly se ocupaba sobre todo de cumplimentar el canon oficial, mayoritariamente masculino.

Para acabar, esta reflexión del autor en las primeras páginas:

¿Perderse es acaso lo peor que puede pasarle a un libro? Un libro perdido es susceptible hasta cierto punto de satisfacer un deseo. El libro perdido, como la persona a la que nunca te atreviste a pedir un baile, se vuelve infinitamente más atractivo por la simple razón de que puede ser perfecto tan sólo en la imaginación.


[Ediciones Paidós. Traducciones de Miguel Candel y Marta Pino Moreno]

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