[…] ¿es compatible la sumisión, la obediencia, la mansedumbre, con el ejercicio de la literatura? El amansamiento de los escritores quizá pudiera coincidir con el sepulcro de la literatura.
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El éxito de la juventud estriba en su saludable filosofía de querer vivir y no conformarse con sobrevivir; después cuando el paso del tiempo la amansa y el consumismo la aplaca con su anegador y traidor excipiente, la juventud, que empieza ya a dejar de serlo, se compra un pisito en una amarga e impersonal ciudad dormitorio, se deja anestesiar por la política y sonríe a quien le da de comer o de votar: es el principio del fin, el mismo instante en que el conformismo aconseja sobrevivir aun a cambio de no vivir.
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La literatura se ha escrito siempre en la calle y por lo demás, los escritores no hacemos más cosa que ir apuntando en un papel lo que vemos, lo que oímos, lo que olemos, lo que tocamos, etc.; también lo que recordamos, adivinamos o inventamos.
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Lo que los viejos quieren, lo que los viejos queremos, es que se nos deje llevar la soledad y la vejez con dignidad y sin filialismos que son aún peores y más incómodos que los paternalismos. ¿Por qué se ha fomentado por el falaz Estado benefactor la evidencia de que los viejos se tengan que morir aparcados en una residencia o solos y olvidados en un piso en el que la muerte sólo es detectada por el nauseabundo olor a cadaverina?
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Mi más cordial y respetuosa enhorabuena a todos porque, cuando a un señor mayor todavía se le lee, es señal de que no todo está perdido.
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Los escritores, pese a los esfuerzos de no pocos y los desvelos de algunos, no solemos ser demasiado solidarios, se conoce que no va con nosotros el corporativismo ni el espíritu de cuerpo, y por eso, para luchar contra eso, me apresuro a dejar constancia del feliz evento.
[Seix Barral]