Donal Ryan, un autor irlandés que en España nos dio a conocer Sajalín Editores, suele presentarnos en sus novelas a unos cuantos personajes que atraviesan situaciones que te dejan mal cuerpo durante la lectura. Ya vimos de qué era capaz en Corazón giratorio (2019) y en Un año en la vida de Johnsey Cunliffe (2020) y ahora se confirma su destreza literaria en La única certeza (2021). La primera estaba construida con los monólogos de varios personajes, ofreciendo así una multiplicidad de perspectivas de una misma localidad irlandesa. En la segunda había un único narrador en primera persona: el Johnsey Cunliffe del título. En la tercera se mantiene la narración en primera persona, pero en esta ocasión Ryan se ha metido en la piel de una mujer: Melody Shee, un personaje inmenso que nos va a contar su historia durante más o menos el tiempo del embarazo.
Melody, casada con un mastuerzo llamado Pat, tras atravesar un matrimonio que no llega a ninguna parte se acuesta con Martin, un joven gitano al que enseña a leer, y el resultado es un embarazo y un muchacho enamorado de ella hasta los huesos. Cuando su marido se va de casa y Martin desaparece por rencillas entre clanes nómadas, Melody se encuentra sola, sin rumbo, sin saber si gestar al niño o decidirse por el aborto o incluso el suicidio. Durante ese tiempo, mientras la barriga y la indecisión van aumentando, conoce a Mary, una joven gitana en la que halla cariño y comprensión. El otro personaje en el que se apoya para salir adelante es su padre. Éstos son sus únicos pilares en una localidad en la que casi todo es hostil: las vecinas que cotillean sobre lo que hace o deja de hacer, los tipos agresivos que no quieren pasarle un desliz, el tal Pat que aparece de vez en cuando para contarle lo mucho que está sufriendo, sus suegros que ahora la detestan…
Mediante La única certeza, sirviéndose de la voz narrativa de esta mujer que vive sola y desesperada, Donal Ryan mete su bisturí en las vidas de unos personajes marginales que tratan de sobrevivir a la soledad y a la maledicencia en un entorno adverso y asfixiante. Dignifica a los gitanos nómadas (aquí denominados “travellers”) de una manera muy parecida a la de Guy Ritchie en Snatch: respetando sus reglas y sus disputas y al mismo tiempo humanizándolos. Y nos conmueve al mostrarnos el desarrollo de esa relación marital del pasado en la que todo se ha ido marchitando hasta conseguir que la ruptura sea lo mejor que le puede pasar a un matrimonio. Pero hay algo más, que convierte a Melody en un personaje aún más humano porque está pagando sus errores mediante su conciencia: la imagen de una amiga del pasado, ya muerta, a la que ella no ayudó cuando más lo necesitaba. Un fragmento:
Joder, Melody, ¿qué coño pasa?
Quita, le dije, me das asco. Y me di la vuelta de golpe para mirarlo a la cara. Tenía la boca medio abierta y se estaba pasando despacio el dedo índice por el labio superior. La mente le enviaba palabras que no pronunciaba, pues se habían quedado atrapadas en un atasco sináptico de sorpresa, confusión y repentino dolor.
¿De verdad?, fue lo único que consiguió decir. ¿Lo dices de verdad? La pregunta era apropiada.
Le susurré la respuesta apretando los dientes. Sí, Pat, me das asco. Me das mucho asco. Y ahí se quedó: lo dije y lo oyó, fui sincera y lo comprendió. Y así, aquellas palabras perdieron la capacidad de sorprendernos; abrimos la puerta a la posibilidad de ser vulgares, depravados; nuestro lenguaje degeneró. Y nos regodeamos. Permitimos que la rabia se convirtiera en algo vivo y desenfrenado; permitimos que se convirtiera en nuestro hijo, en la encarnación de nuestro dolor.
[Sajalín Editores. Traducción de Ana Crespo]