Qué coño haces tú ahora en este poema, Amy.
Por qué me cantas, puesta de puntillas sobre el borde de la bañera.
Qué quieres de mí.
Por qué me miras con los ojos perdidos de papelinas de crack.
Tú, que pisabas tu propio corazón como si fuera de otros
y gritabas desde el sótano de tu casa en los suburbios de Southgate,
como si el tiempo fuera un perro que persigue su cola.
Qué coño quieres de mí,
que te pongo en el coche a las seis de la mañana
–Valerie, Back To Black, Rehab, You Know I'm No Good...–,
cuando el extrarradio gime como un despertador
y deshace su cielo de papel quemado
sobre las naves del polígono industrial.
Te beso. Te ofrezco mi día. Mis ganas de llorar.
El penúltimo baile de los semáforos en la ciudad que amanece.
Y mis ojos secos. Qué quieres, Amy.
Qué mierdas haces tú aquí, ahora, esnifando este verso.
Baila, baila, Amy, destrúyeme por dentro con tus canciones.
Ya siempre correrás bajo la madrugada intacta de los sábados
o llorarás sobre el linóleo de una cocina con lluvia en la ventana
a un tipo que no sabrá jamás amarte ni dejarse querer.
Oh diosa del final de las cosas y el exceso, piérdeme.
Oh deidad de la falsa lluvia de los aspersores,
bestia flaca bajo la luz quebrada de tungsteno,
hija de la periferia, peor que fumar.
Por qué me cantas desde la bañera, Amy,
con el rímel descorrido por la fiesta
y varias noches sin dormir.
A qué tanto dolor: desbordada bañera rota.
Qué quieres de mí.
Te abrazaré como si hubiese vida por delante.
Te veré cumplir los 28.
Te apartaré un mechón de tu melena tras la oreja
para decirte al oído que tu voz se parece
al motor de una Harley-Davidson rompiendo en dos la noche.
No sé a qué coño has venido tú ahora a este poema, Amy,
donde los negros taxis me persiguen y corro a oscuras
bajo los puentes del extrarradio
como los muertos y el lenguaje
para salvaguardar intacta
mi fe ciega en la sorda resistencia de la vida
a más golpes.
¿Estás mareada, Amy? ¿Amy?
Pedro Andreu