Helada, de Thomas Bernhard

 

 

Yo he observado al pintor Strauch, lo he espiado, le he mentido, porque esta misión lo exigía, y lo he vuelto loco con mis preguntas, mucho más loco aún, le he herido con mi silencio, en esa nuca que tanto teme. Lo importuné con mi juventud. Con mis planes. Con mis miedos. Con mis incapacidades. Con mis cambios de humor. Hablo sobre la muerte, sin saber qué es la muerte, qué es la vida, qué es todo eso… todo lo que hago, lo hago sin saber, sí, y le impongo aún mi propia destrucción a la suya. ¿Destrucción? En fin de cuentas, hoy he intentado por añadidura describir las más diversas posibilidades de morir, y con ello le ensombrecí por completo. “El suicidio es mi naturaleza, tiene usted que saber”, dijo. Golpea con el bastón en el aire, como un monstruo que no lo es ya, golpea en el aire, en el que no hay ya ningún cielo, ni siquiera infierno ya. El aire que golpea es sólo aire y nada más y, como comprendo, ni siquiera uno de los elementos.


[Alianza Editorial. Traducción de Miguel Sáenz]

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