TIERRA QUEMADA: Rafael López Vilas.



La realidad que cuenta esta novela ––ya lo hemos dicho–– no es elegante ni sofisticada, no, es del color del hierro y del sudor, huele a días y noches sucesivos al borde del sumidero, sabe a cañerías y a sopa de sobre, tiene la textura de los flexos de luz humilde en los deberes de la mayoría de los niños y niñas. Aquí, entre estas páginas, como nos dice el autor, el vaso no está medio vacío ni medio lleno. El vaso está roto. Y alguien tiene que recordárnoslo de vez en cuando.

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El calor de las vidas que habitan Tierra Quemada nos toca de cerca. Es fácil reconocer en estas páginas a quienes podrían ser nuestros vecinos, vecinas, familiares, o a nosotras mismas. Sobre todo si los lectores hemos pasado por la crisis siendo los ninguneados. Tierra Quemada habla de esa España que Galeano podría llamar la de los nadies. La España de los últimos. Los que, desde las colas del INEM, pacientes esperan a que les caiga algo de lo que algunos economistas llamaron teoría del derrame. La España de los que pagan los platos rotos del señorío


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