Dentro de aquella generación de autores independientes que irrumpieron en Estados Unidos a mediados de los 90, a caballo entre la edición en papel, los blogs y el webcómic (los Kochalka, Arkham, Shaw, Weing, etc.), Millionaire fue uno de los que más éxito y reconocimiento tuvo gracias a la multipremiada Maakies; su celebrada y enloquecida galería de "animales sabios" que nació como tira de prensa para el New York Press en 1994. Luego llegarían sus series Billy avellanas (editado en español por La Cúpula en 2007) y Mono de trapo (que vio en nuestro país una primera edición parcial a cargo de la Editorial Rossell en 2008), en las que “recicla” y adapta algunos de los personajes aparecidos en sus tiras.
Aunque suele adscribírsele al nuevo underground, el trabajo de Millionaire desborda escuelas o etiquetas y se alimenta de fuentes muy dispares. Herencia de un linaje familiar repleto de artistas y pintores, seguramente. En su estilo encontramos huellas del underground más sofisticado y abigarrado de Robert Crumb, efectivamente, pero su empleo minucioso de las tramas y del rayado demuestra también una influencia de la ilustración decimonónica y los grabados xilográficos de Tenniel o Cruikshank; o de pioneros del cómic como Winsor McCay o Lyonel Feininger. En su actualización de lo gótico y de lo macabro (una original combinación de tópicos y parajes románticos junto a referencias a la cuentística popular) y en su construcción de personajes antropomórficos podemos ver también la huella de ilustradores como Gorey o Sendak.
En toda su producción, desde sus cómics a sus películas de animación, el bostoniano hace gala de buenas dosis de extravagancia para configurar un imaginario visual que discurre entre lo grotesco y el cartoon macabro de Gorey. Sus tebeos son como una tienda de antigüedades repleta de juguetes parlantes, cacharrería mágica y muñecos de trapo. El propio Millionaire se encarga de cultivar esa imagen de chamarilero loco. No hay más que rastrear las fotos que de él circulan por Internet: tan pronto aparece con un smoking de gala con chorreras imposibles, como disfrazado de guerrero carnavalesco, con melenaza y casco alado con pico de pato. Ese es el espíritu que preside sus cómics: un espacio mágico en el que conviven lo extravagante y lo inesperado, las referencias infantiles con temas y contenidos claramente adultos. La Villa Kunterbunt de Pippi Langstrum filtrada por el oscuro realismo mágico de Tim Burton.
Las tragedias autoconclusivas que conforman los episodios de Mono de trapo tienen lugar en fastuosas mansiones victorianas ubicadas en un Estados Unidos que ya no existe, pero todas ellas están protagonizadas por Tío Gabby, ese mono remendado de un calcetín que da título al cómic (sock monkey), y por su amigo Don Cuervo, un pájaro de trapo con botones por ojos; son los personajes ideales para unas andanzas imposibles que siempre acaban mal. Juntos, viven las aventuras menos infantiles que uno pueda imaginar: incendios catastróficos, naufragios en Borneo junto a cabezas jibarizadas, matrimonios entre roedores que terminan en canibalismo, cacerías de insectos, etc.
Mono de trapo nos devuelve a un tiempo en el que la infancia estaba habitada por muñecas de porcelana, caballitos de mecedora y cuentos de criaturas fantásticas. Cada página del cómic nos remite a ese pasado que sólo sobrevive en ilustraciones y fotografías sepias. Cuando Millionaire decide añadir un texto al pie de cada página, está apuntando directamente a los grabados del siglo XIX; de este modo, la página funciona, no sólo como parte de una secuencia, sino como una unidad en sí misma que nos recuerda a viejas ilustraciones llenas de encanto. De este ejercicio de nostalgia que enhebra el imaginario infantil tradicional con el tenebrismo de las historias góticas nace la narrativa mágica y el riquísimo imaginario gráfico de Tony Millionaire.
Junto a los ocho episodios alrededor de las aventuras de Tío Gabby y Señor Cuervo, la antología de Barrett incluye tres capítulos más (dos de ellos en color): "El pomo de cristal" (construido como un cuento ilustrado), "El episodio de Pulgadas" y el brillante cierre que supone "Tío Gabby"; un pequeño relato en sí mismo, que nos habla de los anhelos imposibles de la infancia perdida, y que consigue cerrar el círculo de forma emocionante.
No exageramos si decimos que Mono de trapo es uno de los acontecimientos viñeteros de este año complicado. Un libro que nos invita a huir de la realidad para refugiarnos en el desván de la infancia y los recovecos de la nostalgia.
____________________________________________
Y así ha quedado la cosa en la edición impresa del cultural dominical del periódico paraguayo ABC Color: