C. Peri Rossi: La insumisa


Pedazos de carne viva

 

¿Cómo se vuelve, se viaja, a la infancia? ¿Cómo se rescata? ¿Qué se hace para limpiar de olvido los rincones polvorientos? ¿Hay una memoria fija, inamovible, de lo ocurrido? ¿O se trata solo de ecos inseguros? ¿Qué orienta la luz que posamos sobre el recuerdo —íntimo, nítido, intransferible— de las cosas?

 

Reconozco ser torpe evocando. Y sin embargo —quise decir: a la vez— siento que nada se pierde en el camino. Que cada risco, peña y grano de arena los recoge el presente, extendiéndolos hacia el futuro. Aquello en lo que nos hemos convertido —cuerpo, voz, belleza, miedos— surge en su totalidad de lo que fuimos. Sin que extraviemos un solo fragmento, una sola partícula. En el crecer, no hay desechos.

 

Hablar de escritoras que queremos exige distanciarse de ellas sin olvidar adónde se quiere llegar, siendo esto —el destino de un texto— algo que se descubre, en mi caso, conforme se escribe. Si por conocer una obra literaria entendemos incorporarla a lo que somos, la obra de Cristina Peri Rossi me resulta familiar, hecho que dificulta centrarse en un solo libro — La insumisa— sin vagar en exceso por otros puertos.

 

No es la primera vez que la autora comparte sus memorias. Se recuerda aquí, por ejemplo, su ensayo Julio Cortázar y Cris, de 2014. La insumisase publicó este 2020 (en Uruguay y en España, de momento) como novela autobiográfica. En ella Peri Rossi vuelca momentos de su infancia y adolescencia. Como si alcanzara la mayoría de edad, tras el capítulo dieciocho (un capítulo distinto al resto: más viajero, más poético, quizá el más universal y perirrossiano), el libro nos dice adiós.

 

El cordel central es una niña inquieta que experimenta, observa y pregunta. A menudo queda insatisfecha con las respuestas que se le ofrecen. Pasar por este mundo la invita a sublevarse, a levantarse contra una costra reseca encargada de oprimir deseos y avasallar la libertad. Dueña de una aplastante sensibilidad, pensadora irreductible, diverge de ese cuerpo común de sentido llamado «los demás». Hija única durante varios años, mala comedora, rastreadora de significados, ávida de saberes… No puedo evitar pensar en Quino y la pequeña Mafalda. «Las ideas, al parecer, tenían edad. Solo que a mí me venían solas, sin preguntarme la fecha de nacimiento».

 

Siempre hay, ¿siempre habrá?, seres capaces de detectar en mayor grado que otros los desarreglos del escaparate, las incoherencias de la capa vista —y, por ende, de la capa oculta—. Desenmascaran sus contradicciones y con especial tesón sus injusticias. Temple es, en su sexta acepción (fortaleza enérgica y valentía serena para afrontar dificultades y riesgos), lo que destila el espíritu de esta pequeña.

 

«A cada paso que daba me topaba con la autoridad, y era una autoridad que no necesitaba dar explicaciones. Aprendí que la autoridad se basta a sí misma, no necesita consenso. Y quienes la poníamos en duda éramos rebeldes».

 

«Los deseos —aun aquellos que nos parecen los más justos y nobles— pueden chocar con la ley, y esta es muy difícil de cambiar […]. Este conocimiento, adquirido a edad temprana, fue una de las revelaciones más decisivas de mi infancia, y sus consecuencias duraron toda la vida».

 

Peri Rossi dedica una dulce trova a la madre, a la que dirige su (primer) amor, noble y cortés. El padre, por su parte, ocupa un capítulo amargo: «No te quise. No pude quererte. Y el hecho de que no te quisiera te volvía más hostil, más violento, más fracasado y más solitario». Una hija que vive —por este temor al padre, por este amor a la madre— en permanente alerta.

 

La ternura y el humor surgen de un múltiple anecdotario: una patada de avestruz, una caída de caballo, el viaje, desde París, de las cigüeñas… A la niña Cristina la han enviado a vivir al campo junto a una estación de trenes. Allí, consustanciada con la naturaleza, logrará dormir y disolver la desazón que le provocan, en la ciudad, las peleas de sus padres. Retrata esa tierra «llana, yerma», habitada por «gente íntima». Entre ellos y la niña, sin embargo, una actitud los distancia: «yo no era fatalista». La suerte y las leyes vitales no son hechos inmóviles, pueden —a veces, deben— combatirse.

 

Las incursiones en el futuro de Uruguay —un país con escuela pública, laica y gratuita adonde también llegó el terror— no se escatiman en el relato. «Veinte años después […], a la Junta Militar se le ocurrió la idea de volver a habilitar esos viejos y oscuros vagones […] como campos de concentración». Torturas, secuestros, desapariciones planean por La insumisa. El espectro de ese futuro próximo salta desde el interior infantil, sacudiéndonos en toda su violencia.

 

Bellos son muchos pasajes y capítulos como ‘El salón de las visitas’. La deriva, el devenir del tiempo, la erótica de los sentidos («para quien solo practica la religión de los sentidos») siempre aguardan en las obras de Cristina Peri Rossi, independientemente de su género.

 

Desde Montevideo, crisol de historias migrantes, evoca el viaje a Uruguay de sus bisabuelos genoveses y lo une al propio exilio. «¿Qué libro leería mi bisabuelo en la bodega del barco, entre el rumor del mar, las olas que salpicaban la borda, las bolsas de harina y de sal, los bidones de aceite de ballena, las gruesas maromas que cortaban los dedos?». La conciencia de la pérdida la provoca separarse de la persona amada y carecer de una historia asociada al nuevo lugar, desconocer ese lugar.

 

«No saber creaba angustia e incertidumbre. No saber era no poder». «Nuestra ignorancia es un himen muy grande y lo perdemos muy lentamente, sin que la desfloración acabe nunca».

 

El mundo, descubierto en gran medida a través del lenguaje (sirva como ejemplo el capítulo ‘El bichicome’), se va ampliando. Llegan la música y los libros: «yo leía muchísimo, sin orden, que es como hay que leer». Y la escritura empieza a asentarse en el deseo adolescente pese a las palabras del tío (o tal vez por ellas): «las mujeres no escriben, y cuando escriben, se suicidan».

 

«Todas esas inquietudes extraordinariamente intensas me convertían en una criatura torturada, infeliz a la vez que soñadora, imaginativa y desdichada».

 

«Mi religión era la literatura —más precisamente: el conocimiento, pero el conocimiento que proporcionaba la literatura—».

 

«La literatura me parecía un vasto océano; había rutas que llevaban de un libro a otro; había caminos que conducían a autores diferentes».

 

Amor a los libros, amor al amor, a lo sensual, a la pasión en sí.

 

«¿Se podía elegir entre ser o no ser apasionada? Pensé que era una de esas tantas cosas que debería saber en el futuro, esas incógnitas de los adultos que se guardaban como un secreto».

 

La insumisa dice NO en el más puro sentido camusiano. La determinación de esa niña —de esa joven— marca el curso de su vida. Los obstáculos no la hunden ni la vencen. Se mueve, indaga, propone, crea, construye. Encara su miedo. Defiende el placer. Titular esta obra La insumisa es, por todo ello, un gran acierto.


Cristina Peri Rossi: La insumisa. Menoscuarto Ediciones, 2020.

 

Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941) es una de las más grandes autoras en lengua castellana. Su obra, amplia y diversa, incluye poesía, novela, ensayo, narrativa breve, traducción y periodismo. Desde 1972 vive en Barcelona, ciudad a la que llegó desde el exilio. Ha recibido importantes reconocimientos literarios, entre los que destaca el Premio Iberoamericano de las Letras José Donoso 2019. La insumisa es su última obra.


* Texto publicado en Las Críticas y Estado Crítico. 

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