A las tres de la madrugada volverán a ser las dos. Les dirán que se trata de una medida para ahorrar consumo energético o algo así. Lo cierto es que tal decisión la imponen los poderosos sin consultar con el pueblo, para variar. No se engañen, ellos nunca han hecho algo que no sea por beneficio propio. Se trata de serles más eficaces y trabajar de forma más adecuada para enriquecerles. Por ello nos piden que retrasemos una hora nuestras existencias, que hagamos como si nunca la hubiéramos vivido, igual a cuando restauramos sistema a una fecha anterior en nuestras máquinas computadoras. Nos manipulan el tiempo de luz para producir más como a gallinas que mediante una bombilla hacen creer a sus metabolismos que transcurrió el día y así ponen otro huevo.
Pues bien, sabiendo esto he decidido acatar su descabellada orden, pero hasta la última consecuencia y les invito a que me acompañen. Adaptando uno de esos términos de poesía involuntaria de los mapas, propongo algo para esta noche: habitemos en hora de nadie. De madrugada, cuando den por primera vez las dos, háganlo: díganle a quien ya saben lo que tanto desean decirle y nunca se atreverán, o admitan esa traición que les corroe. Si acaso eligen declararse, no se acobarden porque el ser amado esté ya con alguien, al contrario, prométanle entonces a esa persona que la esperarán lo que tarde en engendrar vida el vientre de los misiles. Eso equivale a infinito.
Véanlo también de esta forma: piensen que mientras convivamos en la hora de nadie, lo que les digan será lo más sincero que les confesaron jamás, precisamente porque no se habrá pronunciado. Arrójense por fin a escribir ese poema tantos años planeado, pero que nunca se sintieron capaces de conseguir, pues todo línea les parecerá irreconocible en un rato; griten que el artista que todo el mundo admira es un pintamonas insoportable... Me refiero a derramarnos sin tiempo que nos coagule.
En definitiva, hagan cualquier cosa. Y por supuesto follen. Pero nada de follar como si no hubiera un mañana, será incluso mejor, follen como si no hubiera un presente, que de eso se trata.
Por fin, cuando transcurran los sesenta minutos, atrasen una hora sus relojes y retomen lo que estaban haciendo como si tal cosa. Disimularemos. Fingiremos entre nosotros sorpresa porque de repente hemos perdido el hilo del libro que leíamos; o por no saber explicar que nuestro cubata, que el sorbo anterior estaba perfecto, súbitamente se haya aguado; o qué carajo le pasa a esa película de madrugada que hace sólo un instante aparecía el título y ahora ya hay dos vaqueros muertos a los pies del Eastwood. Haremos como si jamás hubiera ocurrido hasta el año que viene cuando nos reencontremos habitando en hora nadie.
(Francisco de Paula)