TerrorVisión, de Varios Autores. Edición de Jesús Palacios

 

 

Todo lo que incorpore el nombre de Jesús Palacios es sinónimo de garantía, ni lo duden: a ello contribuyen su estilo como escritor, su saber enciclopédico y sus muchas horas de cine y literatura. Con cierto retraso (2 años) he leído estos días, entre el placer y la devoción del fanático del género, su compendio de “Relatos que inspiraron el cine de horror moderno”, como indica el subtítulo. Estamos ante textos que él mismo ha espigado, y que previamente comenta para señalarnos sus orígenes, sus antecedentes y, lo que más nos importa en este caso, sus adaptaciones cinematográficas. El volumen va precedido por un prólogo de su cosecha, “Materiales oscuros. Sobre las raíces literarias del cine de horror moderno”, que es ya un prodigio de erudición y notable gusto por lo siniestro y lo perverso. Por si esto no fuera bastante, cada relato incorpora una nota explicativa en la que, como he indicado, nos sitúa en el contexto del cuento y en las posteriores adaptaciones (en algunos casos hubo varias, y a veces secuelas).

Si el lector de narrativa fantástica y de terror echa un vistazo al índice, comprobará que igual ya ha leído varios de los relatos, como me sucedió a mí con “El gato negro” de Edgar Allan Poe, “La pata de mono” de W. W. Jacobs, “Herbert West, reanimador” de H. P. Lovecraft, “Pesadilla a 20.000 pies” de Richard Matheson y “El Tren de la Carne de Medianoche” de Clive Barker, que (entre otras películas) fueron el material de partida de Historias de terror, Dead of Night, Re-Animator, un episodio de En los límites de la realidad y El vagón de la muerte. Pero no importa. Volver a leerlos es un auténtico placer: a menudo la relectura suele deparar mayores deleites cuando nos referimos a los clásicos.

Dicho esto, y sin que al lector le importe repetir en algunos casos, vamos con las numerosas sorpresas.

La primera de ellas es “Sawney Bean”, un relato anónimo basado en una leyenda escocesa que ha servido de fuente para filmes de temática caníbal: citemos, por ejemplo, Las colinas tienen ojos. Es admirable la carga de horror y de atrocidades que se concentran en un texto tan breve, (casi) tan retorcido como el perfil de algunos psicópatas de Twitter.

Para quienes adoramos la película homónima de David Lynch, el texto titulado “El hombre elefante” (un capítulo suelto de las memorias de Frederick Treves) también resulta glorioso, con las descripciones del entorno y los sinsabores que aquel individuo tuvo que tragar en su corta vida.

Menos amargo, pero más siniestro, es “El misterio de Islington” de Arthur Machen, que dio origen a una película que mi compadre Vicente Muñoz Álvarez lleva años recomendando y que, sin embargo, aún no he conseguido ver: El esqueleto de la Señora Morales; un cuento redondo y tan pérfido como el primer episodio de las Historias para no dormir del gran Narciso Ibáñez Serrador (recordemos: “El cumpleaños”); si lo cito es porque lo revisé hace unos días.

No me entusiasma el género de zombies (salvo algunos casos aislados: parodias, reinterpretaciones y cosas así) y por eso el relato de Alpheus Hyatt Verrill, “La plaga de los muertos vivientes”, me ha deleitado más que muchas de las películas de Fulci y Romero en las que influiría: en sus páginas confluyen diversos temas como el canibalismo, los doctores locos, los miembros cortados que adquieren vida independiente de los cuerpos a los que pertenecían…

Sin embargo, las mentes más crueles y retorcidas del género suelen ser las de los asiáticos. “La oruga”, el relato de Edogawa Rampo aquí incluido, es un paseo por el abismo del horror que supone volver de la guerra convertido en un tronco: un cuerpo sin brazos ni piernas, cuyo propietario además es sordomudo y regresó convertido en un despojo al que cuida su mujer, con la que mantiene frecuentes encuentros sexuales… En fin, algo asombroso y perturbador: como un cruce entre Freaks y El imperio de los sentidos.

Muy interesantes resultan los cuentos de los que (aunque no lo reconozcan en los créditos) picotearon los creadores de Alien: “Las criptas de Yoh-Vombis” (de Clark Ashton Smith) y “Oscuro destructor” (de A. E. Van Vogt), en los que encontramos momias gigantescas, civilizaciones alienígenas, ruinas que cobijan a criaturas parasitarias que se adhieren a las cabezas de los exploradores y monstruos que se esconden entre los pasillos de las naves. De los dos me quedaría con el primero: su lectura me ha hecho maldecirme a mí mismo por no haber comprado Hiperbórea, que sacó Valdemar en 2014.  

Otras dos grandes sorpresas son los textos que inspiraron las películas La cosa de John Carpenter (no he visto la versión antigua) y Amenaza en la sombra de Nicolas Roeg (filme que me descubrió un colega hace no demasiado tiempo): “¿Quién anda ahí?”, de John W. Campbell Jr. y “No mires ahora”, de Daphne du Maurier. El primero es una novela corta, repleta de diálogos y de suspense, tan formidable como el largometraje citado. El segundo es más breve y, sin duda, uno de mis favoritos del libro: la historia de un matrimonio que viaja por Venecia tratando de aliviar el dolor por la muerte de su hija; allí encontrarán a dos videntes que juran ver el espíritu de la niña junto a ellos, y que les advierten: corren peligro y deberían salir cuanto antes de la ciudad. Para los despistados: Daphne du Maurier escribió Rebeca y el relato “Los pájaros”.

Supongo que muchos lectores del género conocerán “Del más allá”, de H. P. Lovecraft, pero yo no lo había leído. Lovecraft, bien traducido como aquí, siempre merece la pena. Al igual que Robert Bloch, el creador de Psicosis, con el relato “La calavera del marqués de Sade”, origen de un filme protagonizado por Peter Cushing y Christopher Lee que no estoy seguro de si vi en la infancia.

En suma, y para no agotar a las dos o tres personas que aún leen reseñas en estos tiempos de prisas, tweets y redes sociales: pillen este libro antes de que se agote; reléanlo, adórenlo, acarícienlo como si fuera el ídolo dorado de los hovitos cuando estaba en manos de Indiana Jones; regálenselo a los cinéfilos y/o a los lectores de raza: quedarán como caballeros (o como damas).  


[Valdemar. Traducciones de Marta Lila Murillo, Mauro Armiño, Manuel Ortuño, José María Nebreda, Juan Antonio Molina Foix, Daniel Aguilar y Santiago García]



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