Desde siempre me han interesado los espacios limítrofes, las zonas de transición, los bordes borrosos entre materias a priori opuestas. Los cuartos de tono entre las teclas blancas y las teclas negras. Los intersticios de la realidad. Hay un espacio ambiguo, brumoso, que alberga un potencial enorme de fecundidad intelectual, ahí donde convergen la ciencia actual, el arte más autoconsciente y lo que tradicionalmente ha venido considerándose magia. En ese territorio deambulan las visiones más osadas de los físicos y los cosmólogos, la intuición de los artistas verdaderamente visionarios y también las inquietudes filosóficas de los magos menos acomodaticios. En esa incierta región del conocimiento es donde hay que ubicar la magia del caos. No es de extrañar, pues, que entre sus fundadores y practicantes se hallen no pocos científicos y artistas, algunos de singular talento.
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La magia consiste en gran medida, aunque dicho así quizá suene alarmante, en el influjo sobre las mentes, la propia y/o las ajenas.
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Las cosas, en magia, no ocurren porque sí. Ocurren porque el mago ordena la ejecución de una obra a una entidad dotada de poder para ejecutarla o porque manipula energías, fuerzas o símbolos que causan una transformación. Es decir, extiende su voluntad en acto y ese acto tiene consecuencias.
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De manera irrebatible y yo diría que obvia, y sin negar pero tampoco afirmar la existencia de espíritus o energías sutiles, es decir, sin entrar a discutir esa existencia, la magia del caos se asienta sobre creencias fundamentales, creencias que no cuestiona: las que integran el Gran Paradigma. Pero incluso cuando no fuera así, llegados al caso más extremo, todavía quedaría una creencia nuclear que la magia del caos nunca podría dejar de lado, de puro tautológica: la creencia en que, no importa cómo ni por qué, la magia funciona.
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La apofenia –tendencia a percibir sentido infundado en sucesos aleatorios– y su pariente cercana, la pareidolia –fenómeno por el que percibimos erróneamente una forma reconocible en una imagen aleatoria– son actos creativos. No es un sentido adjetival, sino sustantivo: son generadoras de realidad.
[Dilatando Mentes Editorial]