Llevo tiempo intentando averiguar cómo funciona la industria literaria. Simplemente no me explico cómo la gente puede comprar y leer tantos libros que en realidad no hablan de nada. Luego pienso en los autores de esos mismos libros y llego a la conclusión de que ellos tienen que ser conscientes de que lo que escriben es una auténtica basura (no pueden ser tan tontos), pero el dinero que reciben por ello compensa sus atrocidades. Son simples mercenarios. Gente sin escrúpulos. No les importa perpetrar un crimen tras otro mientras les sigan pagando bien. Luego están los editores. Hombres ciegos y estancados en la mediocridad. Prácticamente ni se toman la molestia de leer nada. ¿Para qué? Prefieren limitarse a publicar traducciones de algún estúpido best-seller que haya cosechado grandes beneficios en cualquier otro país y aprovechar el tirón mediático que lo respalda. Saben que el gran público acabará comprando cualquier cosa que le pongan delante de la cara el número suficiente de veces. En realidad, para la industria, no existe ningún producto malo; tan sólo una promoción mal dirigida.
Alexander Drake,
de Ignominia (Libros Indie, 2020)