La última bandera, de Darryl Ponicsán


No son los ocho durísimos años pasados en una prisión naval los que han cronificado su tristeza. Simplemente es su forma de ser. A lo sumo, el talego lo ubicó en un estado de suspensión emocional que a veces añora.

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Mientras el vehículo rueda hacia Annapolis, Billy se arrellana y dice:
-Mule, colega, ¿aún puedes darle un buen revolcón a tu reverenda los sábados por la noche?
-¿Qué clase de pregunta es esa? –tercia Meadows–. Creo que estás meando fuera del tiesto, Billy, si no te molesta que te lo diga.
-¿Por qué? Tengo curiosidad.
Mule fulmina a Billy con una mirada helada.
-A nuestra edad es una pregunta pertinente. Es posible que a ella ahora le disguste la idea… O tal vez ya esté cansada del asunto, como suele ocurrirles a las mujeres. Ellas se cansan de ello mucho antes que nosotros. No sé por qué, es como si tuvieran que hacer un montón de cosas además de aparecer por allí y acostarse. Somos nosotros los que tenemos que rocanrolear, si sabes a lo que me refiero. Somos los que tenemos que arrimar el ascua a la sardina, si sabes a lo que me refiero.
-Todo el mundo sabe a lo que te refieres, Billy –dice Mule.
-Haces que suene como algo malo.

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-Ahí está la estación de autobuses –dice Mule.
Billy entra en el aparcamiento.
-Puedes dejarme aquí mismo –sugiere Mule.
-¿Y si te pierdes? No quiero llevar eso sobre mi conciencia.
-Creo que me las arreglaré bien solo, gracias. Meadows se estará preguntando qué te ha pasado.
-Insisto en acompañarte. ¿Quién sabe cuándo nos encontraremos de nuevo?
-Tal vez nunca.
-El tiempo es así de cabrón.

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Meadows se vuelve, mira el ataúd y coloca suavemente su mano sobre él.
-Ellos lo enviaron a un desierto abandonado por Dios porque… ¿Quién sabe por qué? Ciertamente no para proteger a Estados Unidos… Ese desierto no podía hacerle nada a América. Y luego me lo devolvieron aquí dentro, con más mentiras, haciendo un espectáculo del gran héroe que era… y todos esos honores… y Arlington. ¿Todo eso era para mí? ¿O era para ellos? No voy a enterrar a un marine. Voy a enterrar a un hijo. Ya he terminado con los marines, y he terminado con la Marina. He terminado con las malditas Fuerzas Armadas. Terminó mi estancia en su talego, he terminado de administrar sus almacenes y no voy a dejar que sigan usando a mi Larry.

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Hay personas que no ven el momento de llegar a su destino; otras no pueden soportar la idea de llegar.


[Editorial Berenice. Traducción de Óscar Mariscal]     

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