Primero un invierno de lluvia, y después de nieve. Cuando empezó el año 1984, después de la separación, de un día para otro me quedé sin nada. Ni casa, ni una imagen de mí, ni siquiera el sueño me quedaba. Se acabó y se acabó. Según parece, uno vuelve a empezar su vida cada pocos años, y desde el principio. En medio de la catástrofe, como si se hubiera caído del mundo.
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Había empezado un libro nuevo. Mi tercer libro. Aún no tenía título. Pronto haría cinco años que había dejado de beber. Ni un trago, y tampoco nada de drogas. Era como si, aparte de escribiendo, sólo pudiera aguantar mi vida caminando o conduciendo. En aislamiento. Entrada la noche me veo, junto a una turbia lámpara, contemplando mi último par de zapatos, descalzo. Cansado y con los hombros caídos. ¿Qué voy a decirles a los zapatos? Agotados. ¡Los zapatos están agotados! ¿Qué es lo que ha ido mal en tu vida para que estés aquí, helado, en el silencio de la medianoche, y hables con tus zapatos?
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Escribía todos los días. Escribía para permanecer. ¡Para poder seguir en mí y en el mundo todos los días!
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Cuando estoy desanimado la realidad está mal sincronizada, o no lo está en absoluto. La realidad o lo que nos venden como realidad.
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Una tarde. En una ocasión de la tienda a casa. Desde la tienda de antigüedades. ¿Hace poco, o tiene que haber sido hace mucho tiempo? ¿En una vida anterior? ¿En una ocasión y una y otra vez? Cansado del trabajo a casa o a la guardería (en cada camino escribes en la cabeza un libro para ti), a la ciudad, a la biblioteca, aquí y allá. Mientras caminas, los ojos cerrados, apenas un instante los ojos cerrados y ya te has ido. Dormido, hundido. Todavía los espejos, las entradas de las tiendas y los escaparates. Cada detalle se convierte en escritura.
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Máquina de escribir. Bloc de notas. Manuscrito. Escribir. Sentarse y escribir y no volver a cruzar una palabra con nadie. Nada de correo, no dejarse distraer. Ni una sola interrupción hasta que hayas terminado el libro. Y enseguida a seguir con el próximo, o mejor aún todos los libros en este. Como si tu vida fuera un largo y único día.
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Sin casa, sin trabajo, sin dinero, sin expectativas, y con mi tercer libro empezado. El amor perdido. Mi hija no está junto a mí. La mesa y la cama, prestadas. Y la máquina de escribir, comprada hace poco con el anticipo de mi primer libro y llevada a casa los dos juntos, Sibylle y yo.
[Jus Ediciones. Traducción de Carlos Fortea]