ESTA sí que es una película maldita y de culto, aunque me temo que imposible de localizar...
Tendría unos diecinueve o veinte años cuando Nacho, un colega de la Universidad, conociendo mi afición por la literatura y el cine de terror, me habló de Luismi García, un arquitecto amigo de sus padres, y de la película en super 8 que había rodado tiempo atrás en Villa Asunción, un caserón abandonado en el centro de la ciudad por el que de niños, con otros chavales del barrio, habíamos merodeado muchas veces. Solíamos adentrarnos temerosos en el jardín, lleno de escombros y de maleza, y en su desvencijado porche, imaginando todo tipo de maldiciones y tragedias, y tenía su silueta grabada a fuego en mi memoria.
El caso es que tuve la ocasión de conocer a Luismi en casa de los padres de Nacho poco después, y el privilegio de ver allí en petit comité Tumba, la película que había rodado en Villa Asunción justo antes de que la derribaran, en 1977.
En esencia, eran solo planos y secuencias en blanco y negro del sótano, lleno de maniquíes (los dueños habían tenido un comercio de ropa y allí los almacenaban), y de las habitaciones del edificio: secuencias y planos de la mansión, sus desolados pasillos, salones y dormitorios, y de aquellos maniquíes, sus rostros hieráticos, sus ojos vidriosos, sus cabelleras ajadas, sus labios rojos... y poco más. Solo una cavernosa voz en off recitando de cuando en cuando desasosegantes poemas y aquellas interminables secuencias del sótano y los maniquíes... Pero os aseguro que era, por lo funesto e inquietante, más que suficiente para ponerle la carne de gallina a cualquiera.
Luismi falleció tiempo después en un accidente de tráfico, cuando aún no había cumplido cuarenta años (supe por Nacho), y su película, por desgracia, se debió perder con él para siempre.
Ojalá algún día alguien la encuentre, si es que aún queda alguna copia, porque helaba como pocas la sangre en las venas...
Vicente Muñoz Álvarez,
de Películas que erizan la piel
(Canalla Ediciones, 2019)