La esperaba en el mismo restaurante de siempre, uno pequeño, discreto, con precio ajustado sin llegar a ser popular y, requisito básico, lejos de sus casas. Cuando ella llegó, él hojeaba la carta, con las marcas de la espuma evidenciando un par de tragos en su copa de cerveza. La vio de lejos, borrosa tras las gafas de presbicia. Se levantó para recibirla con dos besos amigables y una ligera presión en el brazo. Mantenían la discreción pública, reservando los labios para los momentos de intimidad...