Éste es uno de los libros más viscerales, más desquiciados, de Céline: primera parte de una trilogía, consiste sobre todo en una diatriba, en un alegato contra todo y contra todos. Si en su obra maestra, Viaje al fin de la noche, la narrativa ocupaba el primer lugar, junto a esas sentencias que se han hecho famosas, aquí, por el contrario, lo que importa no es contar, narrar, sino despotricar, desgañitarse, saltar de un tema a otro, caer en digresiones que el propio autor reconoce, mientras nos cuenta su estancia en un castillo al que ha ido a parar con su mujer y otros colaboracionistas allí hacinados, tras la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. A pesar de la locura que impera en el libro, es divertidísimo, a veces incluso el lector pierde el hilo (y Céline también: él mismo lo va señalando), pero no importa: lo principal es asistir a esta vomitona alucinada y llena de resquemor. Cuatro fragmentos de muestra:
Para hablar sinceramente, así, entre nosotros, termino peor que empecé… No es que empezara demasiado bien… nací, repito, en Courbevoie, Sena… lo repito por centésima vez… después de muchas idas y venidas termino muy mal… son cosas de la edad, me dirás… ¡cosas de la edad!... ¡entendido! A los sesenta y tres y pico es extremadamente difícil volver a situarse… rehacer una clientela aquí o allá. ¡Me olvidaba de ti! Soy médico… confidencialmente, de tú a tú, la clientela de un médico no sólo depende de la ciencia y de la conciencia… sino también, antes que nada, por encima de todo, del encanto personal… ¿encanto personal pasados los sesenta años?... puede uno servir de maniquí, de pieza de museo… ¿tal vez?... ¿interesar a algunos maníacos buscadores de enigmas?... pero ¿a las mujeres? ¿el carcamal de veintiún botones, perfumado, maquillado, lacado?... ¡Espantajo! Clientela o no clientela, medicina o no medicina, dará asco… ¿si está forrado de oro?... pase… ¿tolerado? ¡hum! ¡hum!... ¿pero el canoso pobre?... ¡al cubil! Escuchad a los clientes, en las aceras, en los grandes almacenes… se trata de un joven colega… "¡Oh, sabes, querida!... ¡Querida!... ¡Qué ojos! ¡qué ojos, ese doctor!... ¡en seguida comprendió mi caso!... ¡me ha dado unas gotas! ¡mediodía y noche!... ¡qué gotas!... ¡ese joven doctor es una maravilla!..." Pero aguarda que te llegue el turno… ¡que hablen de ti!... Cascarrabias, desdentado, ignorante, gargajoso, jorobado…
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Una vez intercambiados nuestros puntos de vista, querellas, contraquerellas, iba a visitar a los enfermos… en el mismo Castillo, un piso, otro… tres, cuatro, cada mañana… conocía los lugares, bien… los pasillos y las tapicerías, las salidas verdaderas, las falsas… bien… las escaleras de caracol, a través de artesonados y viguetas… escondrijos y sombras como para hacerse apuñalar, verdaderamente, ¡mil veces!... ¡y desecarse durante siglos!... ¡tú dirás! ¡los Hohenzollern no se privaban!... ¡expertos en trampas mortíferas, pasillos basculantes!... ¡y de cabeza al hoyo!... ¡Danubio! ¡zambullida!... la dinastía, madre de Europa, piénsalo un poco, ¡salía a razón de mil crímenes diarios! ¡y durante once siglos! ¡carajo! ¡y Barba Azul con sus seis gachís en el armario! ¿qué pensaba fundar con ellas?... estaba lucido, yo, con mis niños a base de zanahorias, ¡y aún quejándome de que se depauperaban!
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¡Dios mío, qué agradable sería guardar todo esto para uno mismo!... no decir una palabra, no escribir más, que te dejen en paz… uno iría a terminar sus días en cualquier sitio a la orilla del mar… ¡no en la Costa Azul!... el mar verdadero, el océano… ya no tendrías que hablar con nadie, totalmente tranquilo, olvidado… pero ¿y la manduca, majo?... ¡trompetas y baúl!... ¡el alambre y los trapecios, viejo clown! ¡y a brincar! ¡más alto! ¡te están esperando! el público sólo pide una cosa: ¡que te rompas la crisma!
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…cuando uno llega a cierta edad, y más después de ciertas experiencias, sólo desea una cosa: ¡que te dejen paz!... mejor todavía: ¡que te den por muerto!
[RBA Editores. Traducción de Carmen Kurtz]