Comencé el año con El papel pintado de amarillo, de Charlotte Perkins Gilman y lo termino con Cálculo de estructuras, de Joan Margarit. En medio, noventa libros leídos, algunos de ellos microcriticados y otros muchos a la espera de su juicio, que a ciencia cierta nunca sé si llegará.
Solo en dos ocasiones (en 2014 y en 2016) publiqué “listas de mejores lecturas”. Tampoco este año caerá ese higo. Sí la breva, sin embargo, de un par de atragantados: títulos cuyos prólogos —en alguno de los casos— me parecieron superiores a su contenido, y cuya lectura, a mi pesar, terminé llevando a cabo a saltos.
Fueron estos:
Lolita, de V. Nabokov.
Tiempo de silencio, de L. Martín-Santos.
Deseo que venga el diablo, de M. MacLane.
Divorcio en el aire, de G. Torné.
Y un Agatha Christie al que me acerqué ingenuamente con vieja nostalgia. Nunca más.
Feliz Año.
«Cuando hablan de destino o providencia,
lo que los clásicos quieren decir
es que, cuando el azar remueve nuestras vidas,
y suben los de abajo,
y se van hacia el fondo los de arriba,
no cambia nada, porque somos formas
de algún otro desorden más profundo».
(J. Margarit, 'Calle Entença')