Travesía, de Vicente Muñoz Álvarez



Ardimiento

qué campaña tan difícil, pienso, qué naufragio tan feroz, clientes que cierran, desahucios e impagos, embargos y traspasos, y bajo mis pies el suelo que se agrieta… las teclas de mi ordenador ahora mismo rugiendo, tic tac, tac tic, todo a mi alrededor rugiendo y por todas partes las grietas: nuestro mundo y esperanza y piel que se agrieta, menos mal que me queda la escritura, pienso, qué haría yo sin ella, cómo me sanaría, llegar a casa agotado y vaciarme frente a la pantalla en blanco del ordenador es mi terapia, cuéntalo, me digo, cómo arde Babilonia, cómo se hunde el planeta, jornadas de quince y más horas conduciendo y pujando maletas, cada visita un desafío, cada cliente una odisea, la debacle de este gremio, el tráfico de la ciudad, cuéntalo, me digo, expúlsalo…

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Ulises

al fin se han terminado las noches fuera de casa y las veladas tediosas de hotel, y sólo me queda ya hacer las últimas visitas de la temporada y poner la mejor guinda que pueda al pastel… atrás quedan miles de kilómetros de carretera, ciudades, pueblos, clientes y tiendas, cada visita una odisea, cada cliente una queja, cada venta una celebración, y este gremio del calzado que se hunde y naufraga… que no acompañan las ventas, que el tiempo no ayuda, que el mal gobierno les sangra, que los impuestos les hunden, que los mercadillos les matan… ah, los clientes, mis clientes, mártires de la crisis y el tiempo, siempre peleando a la contra… pero he terminado ya las noches fuera de casa y dado los primeros paseos por mi bosque secreto, mi laberinto de ensoñación personal, disfrutando de cada paso bajo los robles y encinas y recolectando los primeros boletus de la temporada, en lugar de rodar y rodar, como llevo haciendo estas semanas, sobre las brasas del mismísimo infierno… crecen las setas, arde Babilonia, vuelvo al hogar…

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Aquellas utópicas antologías

hubo un tiempo en el que, al menos para mí (y me consta que para algunos otros también), las ilusiones literarias fueron compartidas, nos dejamos el corazón y la piel por algunos proyectos y antologías colectivas que tuvieron más o menos fortuna y repercusión, pero que de algún modo, para bien y para mal, representaron como pocas el espíritu de una generación de escritores que tenían, o deberían y podrían haber tenido mucho en común… hubo quien lo dio todo por ellas, quien se entregó sólo a medias y quien no movió ni un dedo por los demás, quien antologó y se dejó antologar, quien compartió y fue y estuvo, y quien simplemente no, así es la literatura y todo en la vida, nada que objetar… el tiempo y la experiencia, los éxitos y los fracasos, las ilusiones y los desengaños van poniendo poco a poco todo en su lugar, personas, corazones, libros, cosas, no hace falta hacer, tras lo ya hecho, mucho más… lo importante es, por encima de los resultados, la elegancia y el gesto, el resto, por desgracia, ceniza…

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Mal de altura

hay una cima mítica dentro de ti, que son los 50, desde la que se supone que todo debe ser serenidad y armonía, un paisaje despejado y tranquilo, pero lo que en realidad se siente al coronarla es vértigo, un horizonte encapotado y helado, que no te vengan con cuentos… otra cosa es qué sentido del equilibrio tengas tú, cómo se sujeten tus pies en la tierra y qué remedios hayas aprendido durante el ascenso para soportar el mal de altura… como dice un viejo proverbio zen que nunca olvido: cuando llegues a la cima de la montaña, sigue subiendo…


[Chamán Ediciones]

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