Rafael Ballesteros
(España, 1938)
Jardín de poco
Si miro la tierra parca y parva
y el sequero áspero, y veo
la escasez de savia en tronco
y altos, y toco la vaciedad
de espacios y ramajes,
sé que soy yo, el incumplido,
el que rastrea y roe, aquél
que cuando palpa la oscuridad,
por ser su más profundo,
ya nada se pregunta.
2
Pongo la mano en la oquedad
del tiempo: un líquido templado
casi frío, y un silencio gris
pausado por el trompo de acero
de una luz
Busco en la retama el anillo
de oro que lleva en su vacío
el tiempo y su desnudo.
El sol detrás. mas nada fulge.
Todo bruma y tenue, como
las arenas movedizas o los
labios abiertos de una gruta.
Todo quieto. Arriba, la brisa,
más arriba, de la rama más alta.
3
Se alimenta el viento de su propia
carne, mas la brisa, que es verdadera vida,
vuela allá a lo alto y allí fluye ingrávida.
En el ramaje bumbo, al sol fluente, se refugian
el brío y el arrojo, la pasión y sus ímpetus.
El perro tensa la cadena y ladra
hacia el vacío estático.
Mientras
miro anhelante su garra y sus colmillos,
sorbo de la bebida áspera y dulzona.
4
No ha puesto el pie en este
jardín de poco la codicia. Sí lo parco
y modesto, el escueto pan, la escasa
cecina, el zumo dulzón y templado
en vidrio escamoso. Es breve y corto
el aire y tasada la belleza. Sólo la luz
es amplia y generosa, pródiga y bizarra.
Tomo del rayo su malestar
indemne y todo mi albedrío,
de lo más perentorio.
5
Mientras desciendes por las aguas
mira ese valle desleído, ese álamo
enhiesto, esa loma áldida de vides
encendidas, esos majanos de acarreo
y voluntad, los frutales híbridos de
la reconciliación y la paz.
Si río abajo
sólo mirar es eximirse. quiero decir
adiós: permanecer aún, dar hálito,
mezclar el vino todavía.
Y si la mar riela como el pan allá
en lo hondo y se acerca y se ofrece
inhóspita y carnal, devoradora y
áspera, has de tener templanza
y calma.
Por ser poco el jardín
poca es la hacienda.
6
Cuando grato y calmo, eres seco
y esquilmo como el esparto, y cuando
enteco y solvente, áspero y desabrido
como don Góngora en el coro.
¿Por qué no siempre sencillo y cordial
como una lágrima?
Acógete al poco sol que queda
sobre el mundo, échate en el ribazo,
y como aquél que es vencido por el sueño
y no la muerte, cierra a la par los ojos.
7
Toma azuela y amocafre: todo lo poco
no es efímero. Ni lo pequeño es parte
ni lo mínimo es mísero ni relaxo. Mira
el ave, se sostiene en la brisa y trina.
En su nido cabe el dios y el universo.
Porque lo que es fugaz se manifiesta
terco y porfiado, y porque la inmensidad,
la mar, la cumbre, sólo si se contemplan,
viven: cada noche tiene su tiempo hasta
su propio amanecer.
¡Sólo es ilusa la condición humana!
Sin dilación ni duda, habla, gesticula,
se gloría, y si más cierto pone su mano
sobre el mundo, el mundo le responde
con la muda lentitud de lo finito.
8
Comba el silencio la luz hacia
las copas verdes. Empuja el ardor
y llamea la belleza en el rincón
donde la sombra tiembla.
Las carnes púberes fulgen al sol
ladino y turpo, helio impúdico
y salvaje.
Hasta la última ola
quiero seguir siendo mar.
9
Lo puedes ver allí, a la solana,
inadvertido y terco, entre vivo
y desaparecido, como cría que pide
su pan, rapaz que no conoce aún
de la maldad ahíta, la camelia
y la punza.
Ha virado su cuerpo y te mira
tímido e incierto: eres tú : niño
y por ello inmanente, ansioso ya,
frágil y liviano.
Si te acercaras, huyo. Y si ahí quedas
mirándome, qué ternura, que lágrima
de cal, blanca como la luz.
10
Aparto el embozo. Esa sombra
es mi cuerpo que atraviesa indecisa
estancias y pasillos, ateridos los pies.
Veo sólo la oscuridad, su transparencia.
Cuando llego al filo del jardín,
qué poco todo, ¿cómo fue que fue lozano,
afable, unto de aceite y limón que sanara
herida y buba? ¿Qué se hizo de mí? Lo que
era ¿fuese? Lo que fuera misangre ¿dónde?
¿Quién el verdugo?
Sentí el rencor doloso de un anzuelo
de bronce y púrpura dentro de aquella carne.
Y aquella sombra exhaló un suspiro.
Grandes Obras de
El Toro de Barro
Rafael Ballesteros, "Turpa”.
Ed. El Toro de Barro,
Carboneras del Guadazaón, Cuenca 1972.