MAL DÍA
No había pegado ojo. De ello daban fe sus ojeras. Se miró en el espejo para comprobar si habían mermado en cantidad suficiente como para pasar desapercibidas. Por un momento se arrepintió de no llevar en el bolso un iluminador como sus amigas. Hace milagros, le decían. Ella había nacido sin ese gen coqueto y femenino. De hecho, no llevaba ni bolso. Una mochila de pequeño tamaño comprada en el Decathlon hacía sus funciones. Dentro una cartera de piel negra y masculina, las llaves de casa, un lápiz de IKEA, un paquete de chicles gastado, la Tablet, caramelos y dos bastoncillos para los oídos de los que ni siquiera tenía constancia. Y Kleenex, aquel día cogió Kleenex. El fin de semana se preveía complicado.