Antes de nada tenemos que reconocer que el juego de palabras del título de la nueva película de Borja Cobeaga es buenísimo: Fe de Etarras. Bravo (para los suspicaces: lo digo sin ironía). Es que este señor siempre ha tenido mucho talento.
El proyecto lo ha financiado Netflix. Y a sus publicistas se les ocurrió colgar, a modo de promoción, este gigantesco cartel en San Sebastián anunciando su estreno el 12 de octubre (Fiesta Nacional de España). El cebo estaba listo:
La polémica no se ha hecho esperar y las opiniones van desde el llamamiento al boicot a Netflix (y a la película) hasta ese otro llamamiento a la sacrosanta libertad creativa de los artistas (en esta categoría se incluye a los publicistas), un llamamiento al que siempre me he unido, uno y uniré como ya he demostrado en diferentes entradas de este blog.
Pues bien, a riesgo de ser pesado con el temita, hoy vengo yo a dar mi opinión.
Pero antes hay que insistir en lo importantísimo que es, o debería ser, el arte de la dialéctica, el debate y la argumentación. Twitter es, demasiado a menudo, el pozo de las falacias por excelencia. El infantilismo de sus conversaciones es ora gracioso ora desesperante.
En el caso del cartel de Netflix el debate esta viciado porque ambas "partes" está mezclando dos cosas diferentes: la (sanísima) sátira cinematográfica con las técnicas de marketing de los publicistas.
Es muy probable que Fe de Etarras sea una película muy divertida y yo estoy completamente de acuerdo en eso de que con el humor se pueden derrotar y denunciar muchos males. Así que sí, efectivamente, las comparaciones con El Gran Dictador, etc son procedentes. Pero solamente en el debate sobre la necesidad de la sátira en el Arte. Y, recordemos, en todas las grandes sátiras del Séptimo Arte, el creador se ha reído de los malos, nunca de las víctimas.
Y luego está el otro debate. El del cartel. El de las técnicas publicitarias de los creativos de Netflix. El de la mercadotecnia que, lícitamente, busca un retorno económico de su inversión lo más alto y rápido posible.
Lo que es indudable es que el cartel, su contenido, formato, ubicación y fecha de estreno es una clarísima provocación de mucha más alta intensidad que aquella frivolidad cocainómana del cartel de Narcos de Madrid. No creo que sea comparable. Si esto es lo que los creativos buscaban, que of course que lo buscaban, lo han conseguido. Y las reacciones, obviamente, acaban siendo de signo muy diverso.
Personalmente opino que el cartel es frívolo e innecesariamente hiriente. Es como un chiste de Irene Villa. Me provoca rechazo, como tantas otras campañas publicitarias que fueron o no retiradas por polémicas (la hemoroteca está llena de ejemplos). Recordemos que está en un espacio público (el espacio público se define como "el lugar donde cualquier persona tiene el derecho a circular en paz y armonía"). Esta ubicación no es baladí y es legítimo adecuar los estándares de valoración. El espacio público es de todos, o sea, de nadie. Y no es lo mismo retirar un cartel de la vía pública que, por ejemplo, prohibir la exhibición de una película en una sala de una empresa privada. Ojo, porque no podemos mezclar estos dos casos recurriendo, otra vez, a falacias argumentativas.
Por la iconografía de su diseño, la broma del cartel recuerda (quiero pensar que involuntariamente) a las estrategias negacionistas que comienzan con la banalización de la tragedia -> negación -> olvido -> insulto a la memoria de las víctimas. Por eso ofende. Por eso nadie, en su sano juicio, banaliza ningún genocidio. Por eso se rodaron películas como Soldado Azul y ya nadie rueda películas como Murieron con las Botas puestas.
Por la iconografía de su diseño, la broma del cartel recuerda (quiero pensar que involuntariamente) a las estrategias negacionistas que comienzan con la banalización de la tragedia -> negación -> olvido -> insulto a la memoria de las víctimas. Por eso ofende. Por eso nadie, en su sano juicio, banaliza ningún genocidio. Por eso se rodaron películas como Soldado Azul y ya nadie rueda películas como Murieron con las Botas puestas.
Así que a mí el cartel me parece un desacierto y me huele a ocurrencia de pijo tonto de Starbucks e iPhone pensando la chuminada provocateur 3.0 que supere a su "genialidad" de Narcos (serie de la que no puedo opinar porque las andanzas de Pablo Escobar no me interesan lo más mínimo) mientras contempla por la ventana de una cooooooool - oficina publicitaria la Gran Vía madrileña (prejuicios míos, ya saben).
Y, la película?. Bueno, pues ya opinaremos cuando la veamos, no?.
Y, la película?. Bueno, pues ya opinaremos cuando la veamos, no?.
Posdata. El Gran Dictador es una obra maestra incontestable del Cine. Una sátira genial que se ríe de Hitler, del malo. Pero como todos ya sabemos eso, aprovecho este post para recomendarles una joya olvidada, igual de valiente que El Gran Dictador pero sin pizca de humor: la maravillosa y dramática La Tormenta Mortal (1940, Frank Borzage, maestro del Cine).
Por finalizar la cosa con una buena recomendación cinéfila.