Caminar, de William Hazlitt / Robert Louis Stevenson


Del texto "De las excursiones a pie" (William Hazlitt):

Una de las experiencias más placenteras de la vida es una excursión a pie. Eso sí, yo prefiero hacerlas a solas. Puedo disfrutar de la compañía en un salón, pero al aire libre la naturaleza es compañía suficiente para mí. Nunca me hallo en esos momentos menos solo que cuando me encuentro a solas.

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Denme el limpio cielo azul sobre la cabeza, el verde pasto bajo los pies, un camino sinuoso ante mí y tres horas de marcha hasta la cena… y entonces: ¡a pensar!

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El anonimato de una posada es uno de sus más notables privilegios: "dueño de un mismo, libre de nombre". Oh, ¡magnífico es retirar las trabas del mundo y de la opinión pública!; perder nuestra importuna, tormentosa e imperecedera identidad personal en los elementos de la naturaleza y convertirse en criatura del momento, libre de toda atadura; asirse al universo únicamente mediante un plato de mollejas y no deber más que la cuenta de la noche; no buscar más el aplauso para encontrar desprecio, ¡no ser conocido por otro título más que el de "el caballero del salón".

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Difícilmente encontraremos algo que muestre la cortedad de miras y lo antojadizo de la imaginación en mayor medida que el viaje. Con el cambio de lugar, modificamos nuestras ideas; más aún, nuestras opiniones y sentimientos. Podemos, de hecho, con un cierto esfuerzo, transportarnos a escenas antiguas y tiempo atrás olvidadas, y en ese momento la imagen mental vuelve a revivir; eso sí, olvidamos a aquellos que acabamos de abandonar.

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En el campo olvidamos la ciudad y en esta despreciamos el campo.

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No somos los mismos, sino otros, y quizá más envidiables individuos, cuando nos encontramos fuera de nuestro país. Estamos perdidos para nosotros mismos, así como para nuestros amigos.


Del texto "Caminatas" (Robert Louis Stevenson):

A lo largo de un día de caminata, como comprobarán, se produce una amplia variación en los estados de ánimo. Desde el regocijo inicial hasta la feliz flema de la llegada, el cambio es, sin duda, considerable. Al avanzar el día, el caminante se desplaza desde un extremo al otro. Se incorpora cada vez en mayor medida al paisaje material, y la borrachera de aire libre avanza en él a grandes zancadas, hasta que se apuesta junto al camino y observa todo cuanto le rodea como en un animado sueño.

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No controlar el paso de las horas durante toda una vida es, me disponía a argumentar, vivir para siempre. No se hacen idea, a no ser que lo hayan probado, de lo infinitamente largo que es un día de verano que únicamente medimos por el hambre y que solo concluye cuando uno comienza a adormilarse.

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Y pareciera que un esforzado paseo nos purgara, más que ninguna otra cosa, de toda estrechez de miras y de todo orgullo, permitiendo a la curiosidad desempeñar su papel con total libertad, como la de un niño o un hombre de ciencia.

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Vivimos con tal premura para hacer, para escribir, para acumular bártulos, para hacer nuestra voz audible durante un momento en el burlón silencio de la eternidad, que olvidamos esa cosa de lo que todo lo anterior no es más que fragmentos, a saber: vivir.


[Nórdica Libros. Traducción de Enrique Maldonado Roldán]

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