Cuando yo era joven, ir solo al bistrot era uno de los primeros gestos de independencia; era una manera de indicar que se empezaba a ser adulto.
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Necesitamos relaciones superficiales. Lo que le decimos a otra persona en una conversación suele ser más importante por el hecho de estar compartiéndolo con alguien que por su contenido. La importancia radica en que nos dirijamos a otra persona, aunque no se entere de nada, o la respuesta no aporte nada al interlocutor. Hay palabras que no dicen nada y se pronuncian a propósito; es el intercambio lo que importa.
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Si uno recorre con la mirada cualquier gran café parisino a mediodía, verá que se parece a una película de cine mudo: es un trozo de vida, contrastada y diversa, y además sin subtítulos, a menudo acompañada en cada proyección de una música invasiva, algo molesta y desacompasada, que no se adapta a ninguno de los escenarios que se proponen.
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El bistrot es el lugar en el que se mezclan los estilos, la tragedia y la comedia, palabras que no dicen nada y silencios que expresan mucho, risas escandalosas, tímidos suspiros y tristezas inexplicables.
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Si el bistrot es un espacio novelesco es, en primer lugar, porque propone a la imaginación fragmentos de historias que están sucediendo en ese momento, de las que quien quiera puede imaginarse los antecedentes o lo que va a suceder sirviéndose de la lógica o la fantasía.
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En un mundo que solo parece consagrarse a la instantaneidad y la ubicuidad, donde la consigna es alimentarse a toda prisa, engullirlo todo sin pensarlo demasiado, donde las grandes cadenas de alimentación se expanden por todo el planeta, la paradójica existencia de los bistrot puede pasar por una forma de resistencia.
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Escritores de todos los orígenes, caminad por París, en solitario o en pequeños grupos. Invadid la capital. Liberadnos de la costumbre. Liberadnos de nuestra pereza. Del miedo y del hastío. Liberadnos de la memoria y del olvido. Del presente y del pasado. Cread el futuro con palabras nuevas. También con ideas e imágenes. Devolvednos la capacidad de lanzarnos a la aventura. Que, estimulados por vuestra presencia, los y las responsables de los bistrot parisinos vuelvan a ser los guardianes del Templo y os ayuden a percibir lo insólito y degustar lo maravilloso cotidiano que celebraba Aragon en 1926. ¡Que cada uno de los bistrot que os encontréis sea uno de vuestros objetivos en esta guerra relámpago y que algunos den nombre, en calidad de fortalezas reconquistadas, a vuestras victorias de hoy y de siempre!
[Gallo Nero. Traducción de Delfín G. Marcos]