Era bonito cuando yo te cortaba de ras la cabeza en la fotos con unas tijeras.
Cuando explotaba algo y cambiaba de pronto el color de las paredes.
Cuando si alguna vez la tuve me quitabas la razón y le ponías
encima un par de huevos fritos
y mojabas pan y me mirabas así tan fijamente y me decías
pásame la sal.
Y estábamos tan vivos y brillabamos tanto que el fuego podía verse desde lejos.
Y mi espada y tu espada buscando el corazón.
Y aquella sangre hirviendo como conjuro de caldero.
Y las balas silbando otra vez nuestra canción.
Era bonito como el hongo de Hiroshima
hacer presa en la carne como perros.
Morir una y otra vez en el intento
sin que ninguno usara la toalla de bandera blanca.
Y también era triste.
Triste y pequeño como un pájaro muerto en mitad del jardín