Una de las grandes alegrías de Barr era ver jodidos a los idiotas, y si uno no estaba contribuyendo al sistema de producción, se estaba quedando jodido. Era de esos hipócritas que pasaban por alto las novelas porque eran "inventadas", aunque todavía veía películas. Le gustaba mirar por las ventanas el interior de los gimnasios y reírse, porque despreciaba tanto a la gente gorda como el esfuerzo no pagado.
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La realidad dura una eternidad: el modo como andaba la gente bajo el agua y mandaba sus voces tambaleándose por el aire, cómo las palabras impresas yacían inertes como bichos aplastados, todo manifestando la obviedad básica del plano físico. Cuando decidió ir a algún sitio se preguntó por qué no estaba ya allí. En cuanto mandaba un email tenía la sensación de que ya debería recibir respuesta. Y al enterarse de cualquier hecho, le fastidiaba no haberlo sabido ya, porque cuando quiera que pasaba algo, la conversación sobre ello ya había sido tratada y vuelta a cagar un millar de veces en Internet, hasta que todos los pensamientos parecían redundantes. Necesitábamos contacto de cerebro a cerebro; solo entonces podríamos atrapar el tiempo real. Justo ahora todo avanzaba con tanta lentitud que para cuando llegábamos al futuro este ya era presente otra vez. Todo sería fastidioso hasta que los sentidos fueran superados y todos los medios de comunicación se ocupasen del mensaje liberado.
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-Oye, ¿eso no es de Google?
-Sí –dijo Will–. Desgraciadamente para ti, Google es el capitalismo en su máxima expresión. Si quisieran esclavizar el mundo, ya lo habrían hecho.
[…]
-El modo en que las empresas tecnológicas convierten los servicios en verbos y los productos en nombres. ¿No te deprime que googlear se llame googlear? ¿Qué privaticen el lenguaje? Incluso se apropian de las letras I y E.
-Y de ti, no lo olvides.
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Cory ladeó la cabeza.
-No estoy segura de que eso tenga nada que ver con mi empresa.
-Olvida tu empresa. Quiero saber de tus asuntos. ¿Es justo decir que eres escéptica con respecto a nosotros? ¿Tienes ciertas pegas propias?
-Eso es válido.
-Dime por qué, guapa.
Cory examinó la cara brillante de Perch en busca de claves en el tono, pero solo vio que anticipaba amabilidad.
-Bien, para empezar, ustedes convierten a los emprendedores en unos caballeros blancos heroicos, cuando es un hecho que montones de ellos van a evadir impuestos, comprar a políticos y proyectos de leyes, saquear y desmantelar recursos públicos, y destrozar el medio ambiente, con responsabilidad cero, solo para enriquecerse ellos y sus accionistas.
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Algunas personas con vidas espantosas no se suicidaban, pero eso no quería decir que no lo harían. Muchas personas no estaban vivas y no importaba. Uno no lo podía lamentar.
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Añadió que, considerando sus heridas, en realidad debería de estar muerta. Tenía razón. Era trágicamente recompensada antes de tiempo; desde que leía, la mayoría de la gente que le importaba estaba muerta o era ficticia. En Valéry, Fedro se quejaba de que no podía oír ni ver en el inframundo, y Sócrates contestaba: Quizá no estés lo suficientemente muerta. Eso siempre fue lo atractivo de una vida vulgar, tener dolor, parecer que se persiste sin importar de qué, lo que le negaba la inmortalidad de la muerte.
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Puedo admitir determinadas cosas ahora: que no puedo estar sola. Que ambición, transgresión y justa venganza a fin de cuentas no eran suficientes. Y al final que mis ganas de escribir no tienen nada que ver con talento o expresión. No es que yo tenga un camino que seguir con las palabras; es que no lo tengo sin ellas.
[Alba Editorial. Traducción de Mariano Antolín Rato]