Crónicas. Volumen I, de Bob Dylan



En cierta ocasión me preguntó por qué utilizaba un nombre distinto cada vez que tocaba, sobre todo en las ciudades vecinas. ¿Acaso no quería que la gente supiera quién era?
-¿Quién es Elston Gunn? –me preguntó–. No serás tú, ¿verdad?
-Ah –respondí–, ya lo verás.
Lo de Elston Gunn era sólo temporal. Tan pronto como me fuera de casa me haría llamar Robert Allen. Por lo que a mí respectaba, ése era yo, así me habían puesto mis padres. Sonaba como el nombre de un rey escocés y me gustaba. Reflejaba bien mi identidad. Pero luego me desconcertó un artículo en la revista Downbeat que hablaba de un saxofonista de la Costa Oeste llamado David Allyn. Sospechaba que el músico había cambiado la ortografía de Allen por Allyn. Ya veía por qué. Resultaba más exótico, inescrutable. Yo haría lo mismo. En lugar de Robert Allen, sería Robert Allyn. Pero poco tiempo después, inesperadamente, leí unos poemas de Dylan Thomas. La pronunciación de Dylan y de Allyn era muy similar. Robert Dylan. Robert Allyn. No acababa de decidirme. La letra D tenía más fuerza. Sin embargo, el nombre Robert Dylan no era tan atractivo a la vista ni al oído como Robert Allyn. La gente siempre me había llamado Robert o Bobby, pero Bobby Dylan me parecía algo cursi, y además, ya estaban Bobby Darin, Bobby Vee, Bobby Rydell, Bobby Neel y muchos otros Bobbies. Bob Dylan sonaba y era mejor que Bob Allyn. La primera vez que me preguntaron mi nombre en Saint Paul, Mineapolis, instintiva y automáticamente solté: "Bob Dylan".

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[El poeta laureado Archibald] MacLeish afirmó que me consideraba un poeta de verdad, que mi obra sería piedra de toque para generaciones venideras, que yo era un poeta de posguerra de la Edad de Hierro, aunque aparentemente había heredado algo metafísico de una era perdida. Apreciaba mis canciones por su compromiso social, y según él teníamos mucho en común y yo pasaba de ciertas cosas con la misma actitud que él.

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Años atrás, Ronnie Gilbert, miembro de The Weavers, me había presentado en el Festival de Folk de Newport diciendo: "Y aquí lo tenemos… Tomadlo, ya lo conocéis, es todo vuestro". […] ¡Menuda idiotez! A la mierda. Por lo que yo sé, no pertenecía a nadie entonces ni pertenezco a nadie ahora. Tenía una esposa e hijos a los que quería más que a nada en el mundo. Intentaba mantenerlos y ahorrarles problemas, pero los moscones de la prensa seguían proclamándome el portavoz, el defensor e incluso la conciencia de una generación. Qué divertido. Todo lo que había hecho era cantar canciones que expresaban sin ambages una realidad nueva e imparable. Tenía muy poco en común con la generación a la que se suponía que daba voz, y la conocía aún menos. Había dejado mi ciudad natal hacía sólo diez años, no estaba vociferando las opiniones de nadie. Mi destino se encontraba al final de un camino por el que me llevaba la vida y no tenía nada que ver con propugnar un tipo concreto de civilización. Se trataba simplemente de ser coherente. Me sentía más vaquero que el Flautista de Hamelin.

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Me daban igual las opiniones de la gente, ya fueran buenas o malas; no me comía la cabeza con aquello. Por otro lado, no tenía un público concreto en mente. Lo que me interesaba era seguir recto hacia delante, y eso hice. El camino por recorrer siempre está plagado de seres sombríos con los que hay que lidiar de un modo u otro.


[Global Rhythm Press. Traducción de Miquel Izquierdo]

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