Del prólogo:
El remordimiento, y en ello coinciden todos los moralistas, es un sentimiento sumamente indeseable. Si has obrado mal, arrepiéntete, enmienda tus yerros en lo posible y esfuérzate por comportarte mejor la próxima vez. Pero en ningún caso debes llevar a cabo una morosa meditación sobre tus faltas. Revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse.
[…]
Los mayores triunfos de la propaganda se han logrado no cuando se hacía algo, sino cuando se impedía que ese algo se hiciera. Grande es la verdad, pero más grande todavía, desde un punto de vista práctico, el silencio sobre la verdad.
De Un mundo feliz:
-Resulta curioso considerar –musitó el director, cuando se apartaron del lugar– que hasta en los tiempos de nuestro Ford la mayoría de los juegos se practicaban sin más aparatos que una o dos pelotas, unos pocos palos y a veces una red. Imaginen la locura que representa permitir que la gente se entregue a juegos sofisticados que en nada aumentan el consumo, pura locura. Actualmente los interventores no aprueban ningún juego nuevo a menos que pueda demostrarse que exige cuando menos tantos aparatos como el más complejo de los juegos ya existentes.
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-[…] Las palabras pueden ser como los rayos X si se emplean adecuadamente: pasan a través de todo. Las lees y te traspasan. Ésta es una de las cosas que intento enseñarles a mis alumnos: a escribir de manera penetrante.
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-Pero ¿por qué está prohibido? –preguntó el salvaje.
En la excitación que le producía el hecho de conocer a un hombre que había leído a Shakespeare, había olvidado momentáneamente todo lo demás.
El interventor se encogió de hombros.
-Porque es antiguo; ésta es la razón principal. Aquí las cosas antiguas no nos son útiles.
-¿Aunque sean bellas?
-Especialmente cuando son bellas. La belleza ejerce una atracción, y nosotros no queremos que la gente se sienta atraída por cosas antiguas. Queremos que les gusten las nuevas.
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-¿Por qué no les permite leer Otelo?
-Ya se lo he dicho: es antiguo. Además, no lo entenderían.
[…]
-Sin embargo –insistió obstinadamente–, Otelo es bueno, Otelo es mejor que esas películas.
-Claro que sí –convino el interventor–. Pero éste es el precio que debemos pagar por la estabilidad. Hay que elegir entre la felicidad y lo que la gente llamaba arte puro. Nosotros hemos sacrificado el arte puro y en su lugar hemos puesto el sensorama y el órgano de perfumes.
-Pero no tienen ningún mensaje.
-Sí, el mensaje consiste en emitir una gran cantidad de sensaciones agradables para el público.
-Los argumentos han sido escritos por algún idiota.
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-[…] No deseamos cambios. Todo cambio constituye una amenaza para la estabilidad. Ésta es otra razón por la cual nos mostramos tan reacios a aplicar nuevos inventos. Todo descubrimiento de las ciencias puras es potencialmente subversivo; incluso la ciencia debe ser tratada a veces como un enemigo.
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El dolor es un horror que fascina.
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De Nueva visita a un mundo feliz:
A la luz de lo que hemos aprendido recientemente acerca del comportamiento animal en general y del comportamiento humano en particular, se ha hecho manifiesto que la regulación mediante el castigo del comportamiento indeseable es menos efectiva, a la larga, que la regulación mediante el apoyo con recompensas al comportamiento deseable, y que el gobierno por el terror funciona, en su conjunto, peor que el gobierno por la manipulación no violenta del ambiente y de las ideas y los sentimientos de los individuos, hombres, mujeres y niños. El castigo pone temporalmente término a la conducta indeseable, pero no suprime permanentemente la tendencia de la víctima a incurrir en esa conducta.
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La sociedad descrita en Un mundo feliz es un Estado mundial en el que la guerra ha sido eliminada y la finalidad primera de los gobernantes es evitar a cualquier precio que los gobernados provoquen conflictos. Logran esto legalizando (entre otros métodos) cierto grado de libertad sexual (posible gracias a la abolición de la familia) que garantiza prácticamente a los ciudadanos del mundo nuevo contra cualquier forma de tensión emocional destructiva (o creadora). En 1984, se satisface el ansia de poder infligiendo daño; en Un mundo feliz, infligiendo un placer apenas menos humillante.
[Edhasa. Traducciones de Ramón Hernández y Miguel de Hernani]