Algunos fragmentos de la introducción y de la novela, que comento en Playtime:
Del prefacio de Lydia Lunch:
No puedes salvar a alguien de sí mismo. Si intentas ir de salvador lo vas a perder todo. No vas a curar al herido. No vas a reparar el daño ya causado por unos padres egoístas, un examante violento, un acosador infantil, un tirano, la pobreza, la depresión o un simple desequilibrio químico.
No tienes manera de deshacer las heridas psíquicas, de vendar las viejas cicatrices ni de arreglar con besos antiguas magulladuras. No puedes hacer que el dolor desaparezca. No puedes acallar las voces que gritan en las cabezas de otros. No puedes hacer que nadie se sienta especial. Nunca se sentirá lo suficientemente hermoso, por más hermoso o hermosa que te parezca. Nunca se sentirá tan amado como querría, por más que lo adores.
Del prefacio de Lydia Lunch:
No puedes salvar a alguien de sí mismo. Si intentas ir de salvador lo vas a perder todo. No vas a curar al herido. No vas a reparar el daño ya causado por unos padres egoístas, un examante violento, un acosador infantil, un tirano, la pobreza, la depresión o un simple desequilibrio químico.
No tienes manera de deshacer las heridas psíquicas, de vendar las viejas cicatrices ni de arreglar con besos antiguas magulladuras. No puedes hacer que el dolor desaparezca. No puedes acallar las voces que gritan en las cabezas de otros. No puedes hacer que nadie se sienta especial. Nunca se sentirá lo suficientemente hermoso, por más hermoso o hermosa que te parezca. Nunca se sentirá tan amado como querría, por más que lo adores.
*
De la novela de Jonathan Shaw:
Sí. Narcisa había vuelto por fin de su gran aventura en la ciudad de Nueva York. De vuelta con su vieja tribu okupa de indeseables esnifadores de pegamento de la Casa Verde. De vuelta a casa con los fracasados y con los fanáticos anarquistas nihilistas, borrachuzos, lunáticos, pordioseros, asesinos y putas indigentes de su oscuro e infeliz pasado.
De vuelta a sí misma.
A su Maldición.
**
No existía nada aparte de Narcisa y yo avanzando de la mano por apocalípticas calles rancias de deseos desconsiderados, propulsados como fantasmas por aceras resbaladizas a causa de la lluvia, donde los dedos larguiruchos de los árboles nos hacían señas como espectros torcidos. Y en aquel remolino frenético y febril de pasiones, corrimos y corrimos juntos, huyendo de la muerte y de la desesperación, corriendo, corriendo; la condenación, con la devastación y la ruina siempre a la vuelta de cada temblorosa esquina.
**
No me importaba nada más. Sólo Narcisa. Porque ella lo era todo en mi vida y su mágico coño de pinza de cangrejo el único hogar que había conocido mi vieja alma corrompida.
**
La ausencia de Narcisa me persiguió como la sombra de un pordiosero lisiado a lo largo de todo el viaje de vuelta a Río, igual que me había seguido todos los días de mi vida; un sentimiento de profunda y persistente añoranza melancólica. Nostalgia. Saudade. El fantasma impávido de su recuerdo me cubría como la fresca neblina del océano conforme avanzaba por aquella larga autopista desierta, deshaciendo trabajosamente el camino, de vuelta a casa con Narcisa, muerto por meterme otra dosis, otro chute; otro sorbo de su dulce y crucial veneno.
**
Hay dolores de los que uno nunca llega a librarse.
[…]
Hay dolores de los que uno no se deshace. Algunos dolores se convierten en una parte integral de quien eres. Lo mejor que puedes hacer es aprender a vivir con ellos y sobrevivir.
[Sexto Piso. Traducción de Rubén Martín Giráldez]
De la novela de Jonathan Shaw:
Sí. Narcisa había vuelto por fin de su gran aventura en la ciudad de Nueva York. De vuelta con su vieja tribu okupa de indeseables esnifadores de pegamento de la Casa Verde. De vuelta a casa con los fracasados y con los fanáticos anarquistas nihilistas, borrachuzos, lunáticos, pordioseros, asesinos y putas indigentes de su oscuro e infeliz pasado.
De vuelta a sí misma.
A su Maldición.
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No existía nada aparte de Narcisa y yo avanzando de la mano por apocalípticas calles rancias de deseos desconsiderados, propulsados como fantasmas por aceras resbaladizas a causa de la lluvia, donde los dedos larguiruchos de los árboles nos hacían señas como espectros torcidos. Y en aquel remolino frenético y febril de pasiones, corrimos y corrimos juntos, huyendo de la muerte y de la desesperación, corriendo, corriendo; la condenación, con la devastación y la ruina siempre a la vuelta de cada temblorosa esquina.
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No me importaba nada más. Sólo Narcisa. Porque ella lo era todo en mi vida y su mágico coño de pinza de cangrejo el único hogar que había conocido mi vieja alma corrompida.
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La ausencia de Narcisa me persiguió como la sombra de un pordiosero lisiado a lo largo de todo el viaje de vuelta a Río, igual que me había seguido todos los días de mi vida; un sentimiento de profunda y persistente añoranza melancólica. Nostalgia. Saudade. El fantasma impávido de su recuerdo me cubría como la fresca neblina del océano conforme avanzaba por aquella larga autopista desierta, deshaciendo trabajosamente el camino, de vuelta a casa con Narcisa, muerto por meterme otra dosis, otro chute; otro sorbo de su dulce y crucial veneno.
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Hay dolores de los que uno nunca llega a librarse.
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Hay dolores de los que uno no se deshace. Algunos dolores se convierten en una parte integral de quien eres. Lo mejor que puedes hacer es aprender a vivir con ellos y sobrevivir.
[Sexto Piso. Traducción de Rubén Martín Giráldez]