Hunter S. Thompson es uno de esos autores que, para mí, supone una garantía: incluso en sus textos más flojos (pienso en El diario del ron) es capaz de divertirnos. Thompson fue el gran maestro del periodismo gonzo, lo que significa que solía lanzarse de cabeza y a la aventura al tema en el que iba a centrar su crónica o su reportaje. A Thompson se la sudaba todo y por eso aprovechaba cada encargo y cada viaje no sólo para meterse en el papel hasta las cachas, sino para perder la cabeza en juergas legendarias, en infracciones de la ley y en locuras varias donde se jugaba el pellejo (por cierto: sus cartas, publicadas por Anagrama, son desternillantes). Creo que he leído todo lo que se ha traducido de Hunter S. Thompson al castellano y ya os digo que es un autor del que no me pierdo una coma.
En La maldición de Lono le encargan cubrir la maratón de Honolulú, excusa ideal para arrojarse en brazos del exceso, para consumir drogas y alcohol como si no hubiera mañana. A la vez que ofrece un vistazo de lo que hace y de la maratón, Thompson va incluyendo extractos de libros antiguos donde otros autores hablaban de islas, de dioses, de aventureros y de exploradores, sin olvidar las leyendas en torno al dios Lono, y así nos va poniendo en antecedentes, añadiendo un toque histórico a su mirada contemporánea. Los pasajes en los que navega en barco junto a otros dos fulanos deparan algunos de los ratos más divertidos de su obra. Qué tipo más kamikaze, el Doctor Thompson: os aseguro que un lector jamás se aburre con sus historias y siempre puede ir anotando esas frases como bombas y esas verdades como puños que soltaba cada poco. Fragmentos:
Los dos habíamos dejado el periodismo. Años y más años de trabajar cada vez más por cada vez menos pueden conseguir que un hombre se vuelva excéntrico.
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El periodismo es un billete para una atracción, para sumergirse en persona en las mismas noticias que otros ven por la tele… y está bien, pero no paga el alquiler, y los que no puedan pagar el alquiler en los ochenta lo van a pasar mal. Ésta es una década muy jodida, un brutal trituramiento darwiniano, y no será una época agradable para los autónomos.
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Si el primer oficial se metía jaco de forma rutinaria a la hora del aperitivo, ¿qué haría el capitán?
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Zarpamos con frenesí de conquista hacia un lugar equivocado, en un momento equivocado y, seguramente, por motivos equivocados, y ahora volvíamos renqueantes, con las cubiertas ensangrentadas y los nervios rotos. Ya no teníamos más ambición que evitarnos problemas adicionales y recibir la bienvenida de un grupo de buenos amigos y bellas mujeres cuando llegáramos a puerto. Después, descansaríamos y nos lameríamos las heridas.
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Nadie puede escapar del juicio de la multitud.
[Sexto Piso. Traducción de Jesús Gómez Gutiérrez]