Hoy quería hablaros de uno de los libros que más me ha influido a la hora de querer escribir y cómo hacerlo: Dublineses de James Joyce. A estas alturas parece ridículo añadir algo a todo lo que ya se ha dicho de la obra de este autor, en concreto, de su forma de revolucionar la narrativa en un marco de grandes escritores que junto con él formaron las vanguardias y renovaron la maravillosa prosa del XIX. Pero lejos de esas nuevas formas y técnicas se sitúan estos 15 relatos, costumbristas, porque reflejan la sociedad irlandesa de la época, como el propio Joyce diría, eran la muestra perfecta de la parálisis, en todos los sentidos, provocada por el Imperio británico y la iglesia católica.
No obstante, si queréis una crítica del libro podéis ir a la ingente bibliografía sobre Joyce y diseccionar cada cuento. Yo hoy sólo quería deciros por qué considero esta obra junto con Retrato del artista adolescente dos libros que, como os decía, han influido poderosamente en que yo me decidiera a escribir. Hace tiempo que no releo Dublineses, pero lo que recuerdo vivamente es la contención. Como narradora es uno de los aspectos que más valoro, porque es detestable cuando un escritor se explica. Y no me estoy refiriendo a esa famosa dicotomía entre telling- showing, es decir, la diferencia entre contar y mostrar que todos los escritores tenemos que aprender, por ejemplo, decir que alguien es cojo o mostrar como le observan los demás cuando camina. Pero esto es muy pobre. La contención va más allá al decir sin tener que expresar todo, que el lector haga suyo el personaje, que se centre en la humanidad que desprende, que con muy poco haga maravillas. Eso es lo que consigue Joyce, con un dominio del lenguaje muy por encima del de otros grandes escritores. En cada uno de los cuentos se asoma a la ventana de distintas personas que habitaban ese Dublín en decadencia y te muestra un pedazo de sus vidas. No necesita nada más que un vistazo para que conozcamos las miserias más profundas del ser humano, porque estos cuentos son pinceladas de maestro. En contra de lo que he leído en una crítica desafortunada, en mi opinión, sobre que estos cuentos no son capaces de llegar al lector actual, no hay nada más falso. Eso es tan ridículo como decir que Guerra y paz de Tolstoi ya no puede enseñarnos nada de la guerra ahora que se lucha con drones. Esto no es un best-seller, aquí no existe unanimidad porque una editorial quiera vender más. La gran literatura nunca pasa de moda porque habla del ser humano. De los universales temáticos, como ya os he indicado alguna vez como el amor, la muerte o la guerra, como también están otras pasiones y otros temas como la humillación o la indignidad.
Cuando escribí Los que sobreviven nunca son los mismos intenté expresar la complejidad de la vida que nos toca en un sólo momento y que nos transforma para siempre. Independientemente de la época en la que se haya escrito una obra, debe expresar algo íntimo del ser humano y como lectores, como buenos lectores, aplicar eso que leemos a nuestra vida. O al revés si queréis, tenemos que vernos reflejados en cada personaje. Ese era mi objetivo y lo es en cada texto que escribo. Veréis, la mejor manera de enseñar a escribir es enseñar a leer. Si nos quedamos en la superficie de las cosas jamás llegaremos a ninguna parte y nos perderemos lo que de verdad importa. Qué más da si hablamos de la Irlanda de principios del XX, de un pueblo perdido de Canadá o de un palacio ruso. Las modas cambian, también al escribir, pero con gran pesar os digo que el ser humano no. La miseria moral, la falta de rebeldía, la inconstancia todo está ahí. Atrevámonos a aprender a leer con sensibilidad para sacar todo el jugo a lo que leemos. Yo, os confieso, no soy una lectora voraz, de esas que dicen leer todo lo que cae en sus manos. Soy selectiva porque no lo puedo leer todo. Y cuando lees algo pobre, independientemente de si lo ha escrito un buen autor o no, pero es pobre, se te pega a la piel. Así que mudemos la piel y leamos a los grandes como Joyce con las tripas.
bertadelgadomelgosa@gmail.com❤
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