El merodeador, de Vicente Muñoz Álvarez


En Playtime / El Plural comento la reedición de esta novela. Unos extractos:

Se oyen pasos. Arriba se oyen pasos. En el sótano, en la galería, en el desván, en toda la casa se oyen pasos: un ligero arrastrar de pies, deslizarse a lo largo de los tabiques, en las paredes, bajo la tarima y en los techos. Pasos de animales, de obsesiones, de merodeadores o insectos, pero pasos: inequívocos e irregulares pasos en el interior de la casa. No lo parecen, a veces, como un susurro o un silbido en los tabiques, algo acuoso, una corriente de aire o el agua en la tubería, quizás, porque las casas viejas, los caserones de pueblos están llenos de extraños ruidos, inmemoriales vigas que crujen, que crepitan, ratas en el sótano y en el desván, polillas, arañas e infatigables termitas.

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Tiende uno siempre a pensar lo peor cuando en las noches de insomnio escucha esos pasos, ratas, merodeadores o insectos acechando tras los tabiques, esperando no se sabe qué ni por qué… Tiende uno siempre a pensar lo peor porque el insomnio es así, dado a fantasmagorías, creador infatigable de monstruos. Ratas corriendo, quizás, o cualquier otra cosa… niños encerrados, emparedados, llorando… manos amputadas que se abren camino… Delirios nocturnos, por supuesto, divagaciones de una mente agotada, necesitada de descanso y sueño, porque a decir verdad no pueden ser más que ratones, los causantes, ratas o ratones y sus crías, probablemente cientos, que se deslizan y arrastran por esas cámaras de aire a las que no existe acceso.

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Me trasladé de la ciudad al campo huyendo del ruido, buscando la calma, para evitar el ruido, y me encuentro con que un día tras otro, no esporádicamente sino a diario, el ruido en el pueblo es más intenso y mayor… Impensable, pues, trabajar o leer o simplemente ensoñar en el patio, pero muy difícil hacerlo también en el interior de la casa, porque el ruido atraviesa ventanas, puertas y muros hasta descentrarte de lo que estuvieras haciendo…

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Es curioso cómo la cabeza o el subconsciente o el cuerpo nos ponen sobre aviso con pequeñas señales de la proximidad del desastre. Lo he pensado muchas veces y me lo he tomado muy a pecho y en serio, porque no creo que lo que me sucedió fuera sólo fruto de la casualidad o el azar. Indicios, claves, mensajes… El mío en concreto fue aquel dedo agarrotado, el corazón de la mano izquierda, con el que me levanté una mañana de enero del año 2005.


[ACVF Editorial]

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