Imagínense un lugar: una ciudad bajo la admonición de un cerro llamado Ávila que irradia un esplendor esmeralda. Donde pagar un menú te obliga a contar medio kilo de billetes debido a la inflación. Donde la mayoría es buena gente, pacífica, que desea volver a ser cosmopolita -los "pollos" que ustedes ven por televisión son protagonizados por los radicales o los que no tienen que comer-. Donde es difícil comprar agua embotellada y casi imposible un desodorante. Donde la literatura ocupa un lugar capital, y produce autores como Eugenia de la Torre, Salvador Garmendia, Sergio Dahbar, Juan Carlos Chirinos, José Balza, Juan Carlos Méndez Guedes, Silda Cordiolani. Donde hay un poeta que se llama Rafael Cadenas que escribe cosas como “que cada palabra lleve lo que dice, que sea como el temblor que la sostiene”. Donde alguien les dijo hace ya diecisiete años que todos eran iguales, que no trabajasen, que el estado se haría cargo de todo -y cuando se desplomó el precio del petróleo, todos dejaron de ser tan iguales-. Donde los zumos se convierten en un vicio, y se pueden comer los atómicos tequeños, recomendados como gasolina para subir al Himalaya. Donde la medida estrella del gobierno para ahorrar energía es concederles a los funcionarios dos días más de vacaciones por semana, y los maestros no pueden dar clase los viernes. Donde las operaciones de aumento de pecho entre las mujeres parece ser una religión. Donde el español adopta formas barrocas, homranear, pana, emparrillado, chamo, arrecho, malandro… Donde de casi todo el mundo parece tener un ancestro asturiano. Donde prevalece la paranoia debido a la violencia y los robos, y a veces parecen vivir en una posguerra sin guerra previa. Donde desde las bibliotecas y la universidad se organiza la resistencia, un maquis cultural que vuelve a recuperar espacios públicos y se niega a claudicar ante las presiones políticas. Donde en el aeropuerto lo primero que ves es un cartel con un numero de teléfono que empuja a denunciar al vecino. Donde la mayoría de personas está harta, hartísima, y desean con toda la fuerza de la desesperación que haya un cambio. No se equivoquen: con este artículo no hago otra cosa que animarles a visitar Venezuela. Ellos y nosotros nos lo merecemos. Yo ya quiero regresar.