La anécdota ya la he contado varias veces en este blog, pero la repito porque han pasado varios años desde entonces: a Mohamed Chukri lo publicaron en Debate, y a mí me costó tiempo, dinero y pesquisas conseguir sus libros traducidos. Eran piezas codiciadas en el mercado porque estaban agotadas y/o descatalogadas. Luego llegaron los editores de Cabaret Voltaire con un proyecto admirable: reediciones de esos libros, en algunos casos nuevas traducciones (o traducciones revisadas, como en el volumen que hoy comentamos), y unos cuantos inéditos. Así que los fui comprando para releer los que ya conocía y leer por primera vez los que eran inéditos. De modo que yo ya había leído Rostros, amores, maldiciones, que contiene algunas historias bastante duras sobre la vida de Chukri y su entorno (es demoledora aquella en la que un hijo tiene que bañar a su padre porque ha perdido los brazos, entre otras tareas que incluyen incluso alivio corporal), y a aquel comentario emplazo a quien quiera saber más.
He releído el libro con gran placer, como siempre me ocurre con Chukri, con su estilo natural, desenfadado, a veces seco y a veces poético, pero jamás cursi ni complaciente. Ahora voy con un poco de retraso porque aún tengo pendientes Zoco Chico y El loco de las rosas. Aquí van dos extractos de Rostros, amores, maldiciones:
-Me han dicho que has escrito libros.
-He escrito algunos libros después de liberarme de la maldición del trabajo oficial.
-Recuerdo que no te gustaba tu trabajo.
-Y a ti, ¿te gustaba el tuyo cuando estabas en el bar Granada?
-Mi profesión era diferente: yo era una hija de puta, bastarda sin raíces. Así me llamaban.
-¿Y todavía te duele aquello?
-Ha pasado el tiempo suficiente como para olvidarlo, como tú bien has dicho.
-En realidad, da igual. Las maldiciones existen en cualquier trabajo. Incluso la escritura no se libra de ellas, de la censura y del maltrato, que a veces llega hasta la persecución, el encarcelamiento y el asesinato. Es posible que yo haya recibido más insultos que tú. Hay quien me escupía en la calle, en los bares, en las instituciones oficiales y no oficiales, en cualquier sitio, porque soy un escritor maldito.
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Mi niñez es la nube más oscura de mi vida. Nadie recompensaba mi trabajo. No era más que un niño abofeteado. Ni una sola sonrisa para mí. Vivía sin poder cambiar nada. Cualquier cambio dependía de los adultos. ¿Cómo soportar mi infancia y enfrentarme a sus circunstancias? Y no se trataba de miedo ni de coraje sino de impotencia ante lo que sucedía. Acabé entendiendo que una vida amarga me esperaba y lo acepté hasta que llegara el momento oportuno. Entretanto, me contenté con inventar las maravillas de mi infancia. Y si hoy me siento orgulloso de haber sido testigo de mi niñez, y de la de otros niños como yo, es porque intento en la mayoría de mis escritos aclarar cuánto hay de oscuro en ella, porque en la vida de todos hay nubes. Algunas se despejan, y otras, no. Así es cualquier infancia.
[Cabaret Voltaire. Traducción (revisada) de Housein Bouzalmate y Malika Embarek López]