Levanté la cabeza y miré hacia el puesto de diarios - por si acaso - y sí, después de tanto, el banderín de Barcelona apareció en el lugar de siempre; aquél que cada mañana, por aquéllos tiempos, me guiñaba un ojo y recordaba cuál era el fin mismo de mi lucha - cuando creía perdidas ya, todo tipo de posibilidades - entonces, era como una inyección de decadron a un asmático devolviéndole el aire.
Decía, el banderín - cábala infinita e indiscutible dentro de mi universo alucinado - volvió a sonreír y a señalar el cielo, iluminando el valor inmenso de mi sacrificio y que,
a pesar de los ataques,
de las cruces y
la sangre;
hay un sitio vacío del otro lado aguardando
por las piezas del rompecabezas que completan el paisaje.
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