El fuego y el relato, de Giorgio Agamben


El germen del que parten estos diez exquisitos ensayos de Giorgio Agamben se encuentra ya en la primera página del libro, cuando el autor refiere una historia relatada por Gershom Scholem en Las grandes tendencias de la mística judía, quien a su vez la tomó de Yosef Agnón. La copio completa:

Cuando el Baal Shem, el fundador del jasidismo, debía resolver una tarea difícil, iba a un determinado punto en el bosque, encendía un fuego, pronunciaba las oraciones y aquello que quería se realizaba. Cuando, una generación después, el Maguid de Mezritch se encontró frente al mismo problema, se dirigió a ese mismo punto en el bosque y dijo: "No sabemos ya encender el fuego, pero podemos pronunciar las oraciones", y todo ocurrió según sus deseos. Una generación  después, Rabi Moshe Leib de Sasov se encontró en la misma situación, fue al bosque y dijo: "No sabemos ya encender el fuego, no sabemos pronunciar las oraciones, pero conocemos el lugar en el bosque, y eso debe ser suficiente". Y, en efecto, fue suficiente. Pero cuando, transcurrida otra generación, Rabi Israel de Rischin tuvo que enfrentarse a la misma tarea, permaneció en su castillo, sentado en su trono dorado, y dijo: "No sabemos ya encender el fuego, no somos capaces de recitar las oraciones y no conocemos siquiera el lugar en el bosque: pero de todo esto podemos contar la historia". Y, una vez más, con eso fue suficiente.

Quedémonos con el final: …pero de todo esto podemos contar la historia. Para Agamben esta historia es una alegoría de la literatura: vamos perdiendo tradiciones, vamos perdiendo costumbres e incluso no sabemos preparar el fuego, pero al menos podemos contar la historia, y eso es la literatura: su misterio, su narrativa, sus procesos para organizar el relato. Dice el filósofo más adelante:

Todo relato –toda la literatura– es, en este sentido, memoria de la pérdida del fuego.

En éste y en los siguientes ensayos, el cometido de Agamben es indagar en los orígenes, en buscar las raíces de las palabras, en desmenuzar cada término y devolvernos su sentido original para que sepamos de dónde proviene todo. En todos los textos hay frases para subrayar (o para copiar en un documento de Word, como es mi costumbre):

El fuego y el relato, el misterio y la historia, son los dos elementos indispensables de la literatura.

Los títulos de los ensayos pueden ofrecer al lector una idea aproximada de los vericuetos por los que se adentra el autor, aunque Agamben siempre sorprende porque retuerce las ideas, le da la vuelta a los conceptos, filosofa sin aburrirnos: "Parábola y reino", "¿Qué es el acto de creación?", "Sobre la dificultad de leer"… Reflexión y meditaciones, ambos necesarios en estos tiempos en los que poca gente reflexiona. Aquí van dos extractos más (y aquí se pueden leer los dos primeros textos):   

El título "¿Qué es el acto de creación?" retoma el de una conferencia que Gilles Deleuze dictó en París en marzo de 1987. Deleuze definía el acto de creación como un "acto de resistencia". Ante todo, resistencia a la muerte, pero también resistencia al paradigma de la información a través del cual el poder se ejerce en aquello que el filósofo, para distinguirla de la sociedad disciplinaria analizada por Foucault, llama "sociedad de control". Cada acto de creación resiste contra algo; por ejemplo, dice Deleuze, la música de Bach es un acto de resistencia contra la separación de lo sagrado y lo profano.

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Existe otro caso de no lectura del que querría hablarles. Me refiero a los libros que no han encontrado lo que Benjamin llamaba la hora de la legibilidad, que han sido escritos y publicados, pero están –quizá para siempre– a la espera de ser leídos. Podría nombrar, y también cada uno de vosotros, pienso, libros que merecían ser leídos y no lo han sido, o lo han sido sólo por muy pocos lectores. ¿Cuál es el estatuto de esos libros? Pienso que, si estos libros son realmente buenos, no debemos hablar de una espera, sino de una exigencia. Esos libros no esperan, sino que exigen ser leídos, aun si no lo han sido y no lo serán jamás. La exigencia es un concepto muy interesante, que no se refiere al ámbito de los hechos, sino a una esfera superior y más decisiva, cuya naturaleza puede cada uno de vosotros precisar a su gusto.
Pero ahora querría dar un consejo a los editores y a todos aquellos que se ocupan de los libros: dejad de mirar las infames, sí, infames clasificaciones de los libros más vendidos y –presumiblemente– más leídos y, en cambio, tratad de construir en vuestra mente una clasificación de libros que merecen ser leídos. Sólo una editorial fundada en esta clasificación mental podría hacer que el libro saliera de la crisis que –por lo que escucho decir y repetir– está atravesando.   


[Sexto Piso. Traducción de Ernesto Kavi]

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