Por fin he empezado a leer la trilogía de Frank Bascombe (El periodista deportivo, El Día de la Independencia y Acción de Gracias) escrita por Richard Ford, lectura que llevaba aplazando desde hace años. Recordemos que acaba de publicarse en Anagrama Francamente, Frank, el libro de relatos de Ford sobre el mismo personaje.
El periodista deportivo del título es Frank Bascombe, un hombre que dejó de escribir, como los escritores reales y ficticios que tanto le gustan a Enrique Vila-Matas, y aceptó el trabajo de colaborador en una revista de deportes. Richard Ford nos adentra en la vida de este hombre cuando ya se ha divorciado de su mujer y ha perdido a uno de sus hijos, cuando ha aceptado esa pequeña derrota de cambiar la literatura por el periodismo de provincias, cuando es un tipo que en realidad va a la deriva, en esa especie de trayectoria errática que tanto apasiona a los lectores norteamericanos (y también a mí). Es una novela sobre el desencanto, sobre aceptar unos caminos para renunciar a otros, sobre cómo unas elecciones morales o vitales pueden romper nuestra agradable rutina, dando al traste con la vida en familia.
La fuerza del libro está no en lo que le ocurre a Bascombe, sino en la voz narrativa que utiliza Ford. Es la voz narrativa de ese viejo lobo de tierra que está de vuelta de todo, que sabe bastante porque ha recibido muchas hostias y cometido algunos errores, esa voz que nos calma porque, probablemente, el hombre que hay detrás de ella está más jodido que nosotros. Y eso, de algún modo, nos consuela. En la novela hay muchas frases para apuntar y enmarcar. Termino ya y os dejo con unas cuantas:
A veces no nos hacemos adultos hasta que sufrimos una gran pérdida. Es como si la vida se convirtiera en una gigantesca ola que se nos llevara, engulléndolo todo.
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Si hay otra cosa que se pueda aprender del periodismo deportivo es que en la vida no hay nada trascendental. Las cosas siempre vienen y se van, y eso es ley de vida. Todo lo demás es una mentira de la literatura y por eso fracasé como profesor y por eso metí mi novela en el cajón y no volví a sacarla de allí.
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Lo que todos queremos en realidad es llegar a ese punto en el que el pasado ya no nos diga nada acerca de nosotros mismos y podamos seguir adelante.
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Para que la vida sea más soportable y para evitar la tentación de volarse la tapa de los sesos hay que tener un mínimo sentido del decoro.
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La verdad es que no tenía nada más que escribir, y no me da vergüenza confesarlo. Si hubiera más escritores que lo reconocieran, el mundo se ahorraría un montón de libros malos, y muchos hombres y mujeres podrían disfrutar de una existencia más feliz y productiva.
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Durante un año conseguí continuar así, no sé cómo. Luego dejé de escribir.
No sé exactamente por qué dejé de escribir.
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Todos tenemos un pasado. Las cosas nos salen bien o nos salen mal. Algo nos lleva a donde estamos. El pasado es algo único y totalmente intransferible. Para mí, el pasado no vale nada.
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¿Cuál es la medida real de la amistad?
Voy a decírselo a ustedes. Es la cantidad de tiempo que uno desperdicia con las desgracias y calamidades del otro.
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No hay nada tan alentador como saber que en alguna parte, una mujer que te gusta está pensando en ti y sólo en ti. Pero no hay nada tan hiriente como que ninguna mujer piense en ti. O peor todavía, que una mujer haya dejado de pensar en ti por culpa de tu estupidez. Es como mirar por la ventanilla de un avión y descubrir que la tierra ha desaparecido. No hay otra soledad que se le pueda comparar.
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A mitad de camino de la vida suceden y se sufren muchas cosas: tus padres pueden morir (aunque los míos murieron hace años), tu matrimonio puede transformarse o incluso terminar, un niño puede sucumbir, tu profesión puede empezar a parecerte vana. Puedes perder toda esperanza. Cualquier cosa puede hundirte. En cambio, es difícil decir cuál es la causa, ya que, en un sentido muy importante, todo es causa de todo.
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El éxito no sigue una línea recta hasta la cumbre. A veces las cosas no salen como uno quería y entonces hay que cambiar de enfoque. Pero no tienes que pararte y desanimarte cuando van mal dadas. Eso sería lo peor. Si me hubiera parado cuando las cosas me iban mal, me habría ido al carajo.
[Anagrama. Traducción de Isabel Núñez y José Aguirre]