En las primeras páginas de estas memorias inscritas de lleno en el dolor y los traumas, el pianista James Rhodes avisa:
Una rápida advertencia antes de que sigáis leyendo: es muy probable que este libro os remueva bastante si habéis vivido episodios de abusos sexuales, autolesiones, ingresos en algún hospital psiquiátrico, consumo de drogas o "ideación suicida" (la expresión médica extrañamente encantadora que se utiliza para describir la obsesión actual, o pasada, de querer quitarse la vida).
Dicha advertencia no es vana: aunque Rhodes no siempre es explícito, su libro (que estuvo a punto de no publicarse porque su ex mujer emprendió acciones legales para que no saliera a la venta) aborda un montón de temas sórdidos, duros, ásperos: cuando iba al colegio, su profesor de gimnasia se dedicó a violarlo y a abusar de él; con el trauma que le reportó, la vida del muchacho fue a la deriva; a partir de entonces hubo consumo de drogas y alcohol, intentos de suicidio, lesiones en la piel con cuchillas de afeitar, ingreso en psiquiátricos, ayuda de sus amigos, divorcio, separaciones, caídas en el abismo una y otra vez… De todo ello le acabaron salvando el nacimiento de su hijo, uno o dos amigos leales, su actual chica y, desde que era niño, la música:
Pero es un hecho irrefutable que la música me ha salvado la vida de una forma muy literal, y creo que también la de un montón de personas más. Ofrece compañía cuando no la hay, comprensión cuando reina el desconcierto, consuelo cuando se siente angustia, y una energía pura y sin contaminar cuando lo que queda es una cáscara vacía de destrucción y agotamiento.
Estas memorias recuerdan un poco a Para acabar con Eddy Bellegueule, la autobiografía de Édouard Louis que ya recomendé en este blog: hay un estilo seco, directo, que trata los temas sin tapujos y que no se corta a la hora de utilizar esas expresiones y esos tacos que asustan a los beatos. Son libros que, imagino, les habrá costado horrores escribir. Porque en ellos ponen las verdades ocultas, el dolor, toda la mierda que han ido arrastrando y soportando durante años, además de unos toques de ternura. Rhodes fue un niño literalmente machacado, tanto en lo físico como en lo mental:
De un día para otro, literalmente, pasé de ser un niño lleno de vida que bailaba, que daba vueltas, que reía, que disfrutaba de la seguridad y las aventuras que le brindaban un colegio nuevo, a ser un autómata aislado, de pies de cemento, apagado.
Pese al daño que le hacen otros y que él mismo se hace, en las memorias de James Rhodes no faltan la expiación ni la esperanza. Me gusta mucho lo que dice de su hijo:
Mi hijo fue y es un milagro. No voy a experimentar nada en la vida que pueda equipararse a la incandescente bomba atómica de amor que estalló en mi interior cuando nació.
Lo que dice de su retoño y de la música, de su poder para ayudarnos en épocas de conflicto interior. Ojalá este libro sirva para que los adultos crean en la palabra de los niños, para que se eviten las violaciones y los abusos, para que no se destruya a quienes aún son unos críos. Un extracto más:
Cuando todo lo demás falle, piensa en cómo sería tu vida sin tu pareja; no en la fantasía de tirarte a todo lo que se mueve, tener un pastizal a tu disposición, dormir hasta la hora que quieras y cagar con la puerta del baño abierta, sino en la realidad desgarradora, solitaria y fría de un día tras otro sin esa persona. Imagínate esa situación durante un buen rato y después vuélvelo a hacer.
[Blackie Books. Traducción de Ismael Attrache]