He aquí el que para mí es otro de los libros más apasionantes del año, que quizá sólo comprendamos o gocemos en su totalidad los cinéfilos. Conviene apuntar que es muy posible que sea la novela con más referencias al cine que he leído en mi vida (más incluso que las que figuraban en mi primer libro). Eso, para empezar, ha hecho que disfrutara como un crío en cada párrafo.
Es necesario adentrarse en esta obra de Steve Erickson, que yo quería leer desde que salió en Estados Unidos, con auxilio de la memoria y de IMDb, aunque conviene tener a mano Google y YouTube para encontrar algunos de los guiños más difíciles: porque el autor no siempre lo pone fácil, a veces sólo deja pistas y esboza el argumento de una película sin dar el título o se refiere a una actriz ocultando su nombre artístico o enmascara al personaje con un pseudónimo (caso del director y guionista John Milius, que también inspiró al veterano de Vietnam de El gran Lebowski que interpretaba John Goodman, y que aquí protagoniza algunos de los diálogos más memorables).
Zeroville (alusión a una frase de la película Alphaville, de Godard) cuenta la historia de un tipo que se hace llamar Vikar, que tiene tatuada en el cráneo una escena de Un lugar en el sol donde aparecen Montgomery Clift y Elizabeth Taylor. Vikar pretende dedicarse al cine y para ello se instala en Hollywood, donde conocerá a una galería de personajes extravagantes, cada cual más perturbado (y entre esos personajes los hay inventados y los hay reales, de tal forma que es difícil saber dónde está lo verdadero y dónde está lo ficticio). Durante años, Vikar deambulará por Los Ángeles, Cannes, Madrid… siempre dependiendo del trabajo que le encarguen.
Cualquiera que sea un cinéfilo absoluto (y debo decir que es mi caso), sabe que hay diversas clases de cinefilia. Una de ellas es la que está representada por Vikar en este libro: se trata de un joven que sólo sabe de cine, que sólo habla de cine (también se interesa un poco por algunos libros), cuya vida consiste en ir al cine y ver películas en televisión (la trama empieza en el 69, por lo que no hay dvd's, descargas on line ni redes de intercambio de archivos); todo lo que habla y todo lo que sabe Vikar está relacionado con el cine. Es una especie de freak inadaptado. Y sé de lo que hablo porque en mi infancia y en mi adolescencia yo era más o menos así: el día sólo era bueno si lograba ver al menos una película (en el cine de mis abuelos o en otras salas o en la tele o en el vídeo) antes de irme a dormir, durante los fines de semana salía de un pase para entrar en otro (un sábado perfecto consistía en ver la matinal y luego las tres sesiones habituales de mi ciudad, y alguna más durante la hora de comer, en vídeo), y sólo era capaz de hablar de cine y de relacionarlo todo con las películas y de aprenderme diálogos, y a veces subía a la cabina de proyección para recopilar los pedazos sueltos de celuloide que sobraban de los empalmes entre las bobinas y los guardaba como un tesoro (creo que todavía tengo algunos recopilados por ahí). En mi caso fueron mis amigos de toda la vida los que, en torno a los 15 o 16 años, se obcecaron en que saliera con ellos y fuera a los bares y conociese el mundo exterior y el ambiente nocturno (y, de algún modo, "me salvaron"). Por eso digo que comprendo bien a Vikar. No es un bicho tan raro como parece. Es un ejemplar de una especie común.
En Zeroville dice un personaje refiriéndose a otro: Últimamente ha tenido sueños de películas que nunca ha visto. Películas que ni siquiera conoce. Y eso me sucede a mí de vez en cuando: veo el trailer de Mad Max 4, por ejemplo, y sueño la película antes de verla, y no es broma…
Vikar, por tanto, es un cinéfilo inadaptado, como al parecer lo era el propio autor: alguien a quien le cuesta socializar. Es evidente que, aunque estamos en una ficción, Steve Erickson ha canalizado aquí muchas de sus obsesiones, de sus manías, de sus escenas y frases favoritas de películas. Zeroville viene a ser, además de un manual de cine (de cine clásico, sobre todo), una metáfora sobre el poder de las películas para embrujarnos, para hacernos soñar, para vivir mundos imposibles, para averiguar (como intenta averiguar Vikar) que todas están conectadas por un hilo… Uno de los detalles más exquisitos del libro es que el narrador deja claro que sabe más de cine el ciudadano de a pie que los mandamases de Hollywood o los que pululan por el Festival de Cannes buscando fama; los primeros saben de películas, las conocen y las revisan y se las aprenden, mientras que los otros sólo saben de dinero y de cotilleos y de despilfarros.
Vikar sólo entiende el mundo en términos cinematográficos, y constata que la realidad siempre es más incómoda, más áspera, más peligrosa, y que todo depende del montaje, de cómo estructuremos tanto la realidad como la ficción y que tanto una como otra son o deberían ser fragmentarias. Zeroville no está muy alejada de las películas de Tarantino, en las que, sobre una base real, verídica (guerra, psicópatas, gángsters, ladrones, drogadictos…), construye un mundo que sólo puede existir en la ficción, con un reparto de personajes esculpidos con mano de artesano de la narrativa.
Nota aparte merece la traducción. Supongo que José Luis Amores habrá buscado hasta debajo de las piedras de internet para dar con los títulos españoles de las películas citadas. Tengamos en cuenta que los distribuidores de este país a veces cambiaban la traducción al sacar en alquiler o en venta algunas películas. También están esos filmes que nunca se estrenaron en salas comerciales de aquí, pero que luego se pasaban en televisión o en vídeo y se les ponía un título en español. Y, aparte de eso, creo que ha sabido darle el ritmo que el libro tiene y necesita. Probablemente pronto relea Zeroville.
Aquí van unos fragmentos:
-El engaño –dice Dotty– no cabe cuando vas al cine. ¿No lo sabías? Igual que no cabe el engaño en los sueños. En el cine te enamoras de quien quieras, te acuestas con quien quieras, vives por siempre feliz tan a menudo como quieras. Liz –dice– lo entiende. Si alguien lo entiende, esa es Liz.
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-¿Qué es el cine, señor Vicario?
-¿Qué?
-¿Qué es el cine? El cine –se responde a sí mismo– es metáfora. –Mira a los hombres que le rodean para medir la reverencia con la cual ha sido recibida su reflexión–. El cine es metáfora, y esa es una de las cosas que el cine tiene en común con la política, la cual a menudo es también metáfora. El Generalísimo asesino… ya no se trata de su poder. Está agonizando, y en su agonía ya no tiene verdadero poder ejecutivo. Despacio pero sin pausa el país se arrastra hacia la libertad y la justicia. En Fuencarral, por ejemplo, cerca de su hotel, ¿ha advertido recientemente mujeres de la noche?
-Sí.
-A eso me refiero.
Vikar considera las implicaciones políticas de las mujeres que ha visto en Fuencarral.
-Pero en su improcedente empeño en continuar con vida, el Generalísimo asesino ostenta otra clase de poder sobre las mentes de los ciudadanos que lleva oprimiendo más de treinta y cinco años. ¿Entiende lo que le estoy diciendo?
-No.
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-No hay nada que te recuerde más el paso del tiempo que un crío.
-No.
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Todas las películas reflejan lo que aún no ha sucedido, todas las películas anticipan lo que ya ha sucedido. Las películas que aún no han sucedido, han sucedido.
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-¿No parece extraño –dice Monty– que haya veinticuatro fotogramas por segundo en una película? ¿Que en cada segundo de película haya el número de horas de un día? –Dice–: ¿Qué significa que cada segundo de una película sea un día en la vida de una película secreta que alguien ha estado esperando que descubras en todas las demás películas?
[Pálido Fuego. Traducción de José Luis Amores]