Durante el viaje de mis padres a París en mayo del 2000, mi padre ya sufría molestias al comer. Una sensación de comida parada, de tener un tope, se repetía cada día. Ni hacerlo despacio ni a trozos pequeños lograba aliviarle y darle tregua. Todo había empezado un mes o dos antes con un hipo también en las comidas, pero estas nuevas molestias fueron el detonante para visitar al médico tras regresar a Madrid. Mi padre lo asociaba a no masticar demasiado, a gases o a una mala digestión. Las primeras pruebas determinaban que tenía el esófago dañado, había que operarle para sustituir una sección del mismo por una parte de intestino. La operación, que debía durar unas 3 ó 4 horas, no llegó a los treinta minutos. El cirujano, que salió de quirófano tan rápido como pudo, nos dio la mala noticia. Lo que habían encontrado al abrir no había sido un problema del esófago sino un cáncer demasiado avanzado que no se podía operar. Tocaba órganos vitales y lo único que se podía hacer era tratarlo con quimioterapia. La esperanza de vida de mi padre, nos dijo, era tan solo de cuatro meses. Se equivocaba, duraría seis, hasta el cinco de enero del año siguiente, víspera de la noche de los Reyes Magos.
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La muerte duele porque cierra los armarios. Nos pasamos toda nuestra vida llenando nuestro cerebro de ideas, de sueños, de datos, y de todo ello sólo utilizamos un pequeño porcentaje. El resto rara vez sale a la luz. La muerte cierra ese armario y deja a los que estamos fuera completamente incapaces de abrirlo, aunque en realidad la muerte se lleva también el armario y nosotros lloramos porque en ese hueco ahora hace frío y ningún otro mueble se acopla a la misma forma.
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No sé si mis padres se sentaron, si hicieron un alto y dedicaron un rato a contemplar lo que les rodeaba, pero estoy casi seguro de que no. Aún así, quiero pensar que tuvieron sensaciones parecidas a las que yo tuve, que sintieron que el lugar les envolvía, que estar allí de pie no era simplemente pasar por un monumento que había que fotografiar; que se sintieron felices, juntos, enamorados, viviendo unos días que dejaban un poso sobre el que luego continuar la rutina. Antes del infierno que vendría los meses siguientes, me gustaría saber que tuvieron la sensación de que todo encajaba, de que la vida había ido por buen camino.
[Edición de autor]