Ventanas y otros relatos, de Stephen Dixon


Stephen Dixon es un autor de cuentos maravillosos al que en España no se le hace ni puto caso. Por suerte, los editores argentinos de Eterna Cadencia publicaron hace poco el volumen Calles y otros relatos (que aquí recomendamos con pasión) y lo completan ahora con otra colección de cuentos titulada Ventanas y otros relatos. El prólogo y la selección corresponden a Eduardo Berti, quien también seleccionó los textos del anterior libro.

Dixon es un maestro, y resulta increíble su naturalidad en la prosa, lo que no significa que haga las cosas fáciles sino que, empleando un lenguaje sencillo, alcanza niveles profundos como pocas veces se ve en el relato corto. Es notoria su habilidad para darles la vuelta a los tópicos o para contar las cosas de una manera muy diferente a lo habitual. Es el caso, por ejemplo, del cuento "Dijo", que es lo más cercano al cine mudo (sí, has leído bien) que he visto en mi vida. En esta historia, Dixon sólo nos cuenta lo que hacen los personajes, pero jamás transcribe lo que dicen. De ese modo es como si viéramos a personajes de una película muda. Así empieza:

Él dijo, ella dijo.
Ella salió de la habitación, él la siguió.
Él dijo, ella dijo.
Ella se encerró en el baño, él golpeó la puerta con sus puños.
Él dijo.
Ella no dijo nada.
Él dijo.
Golpeó la puerta con sus puños, pateó la base de la puerta.
Ella dijo, él dijo, ella dijo.

Stephen Dixon es uno de los grandes y sigue vivo. Mi consejo es que no dejen escapar estos dos libros: léanlos antes de que los hipsters pongan de moda al autor o de que algún articulista famoso lo recomiende en Babelia. Dos extractos:

No podría vivir sin ella. O podría pero sería difícil, muy, extremadamente complicado, probablemente imposible, o casi. ¿Y sin el niño? Nunca. Como dije en la escena, quiero verlo todos los días. Es tan buen chico. Quiero hacerle el desayuno todas las mañanas hasta que sea lo bastante grande como para preparárselo él mismo, ayudarlo con sus tareas cuando quiera que lo haga e ir a lugares con él, a caminar –museos, el parque, a jugar a la pelota con él, a caminar con él–, con él y con ella. Vacaciones de verano, dos o tres semanas aquí o allá, zambullirnos desde una balsa, nadar con él a mi lado. Cosas así. Bibliotecas. Adora las bibliotecas y las librerías infantiles.
[Del relato "Hombre, mujer y niño"]

**

Da vueltas y mira el cielo. Sal. Ve a ver lo que hay allá afuera. Llama a Jill. Pide hablar con Esther. Ve a mirar una película. Ve a un bar. Ve a una librería y compra un libro, por caro que cueste. Por primera vez en tu vida, encuentra un libro que tengas muchas ganas de leer pero que en cualquier otro momento hubieses pensado que era demasiado caro para ti. Si no tienes el efectivo, hazles un cheque. Si no aceptan cheques, pídeles que te separen el libro, deja un depósito por él, vuelve al departamento, y al día siguiente, o incluso esta misma noche, si la librería sigue abierta y no queda demasiado lejos, compra ese libro. O solo camina por la calle. Camina por caminar. Camina para hacer ejercicio. Por aire fresco. Para cansarte. Camina hasta el centro. Por la zona de los teatros. Más allá del Village hasta Lower Broadway. Ve a varias librerías y bares y luego toma un taxi a casa. O llama a Jill y dile que estás triste y solo y que quieres volver con ella. "Quiero que vivamos como una familia otra vez", dile. "Te amo", dile.
[Del relato "Ventanas"]


[Eterna Cadencia. Traducción de Ariel Dilon]

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