La Guerra Civil Siria lleva cerca de 250.000 muertos. Pero Siria está TanCercaTanLejos que tiene que venir a morir un niño sirio de 3 años a las playas turcas para que a los occidentales se nos atragante la cena de las 21.00hrs. La foto, que está dando la vuelta al mundo, es tan descarnada como la propia Naturaleza (que ya es decir) y, como ya nos contaba Camus en La Peste, se convierte una prueba más de que Dios no existe o, lo que es peor, si existe es un hijodelagranputa insolidario, como muchos de nosotros.
El caso es que ante tanta desidia divina, al Hombre no le queda otra que combatir a la Naturaleza y a los traficantes de Humanos. Así que hoy, en recuerdo a todos los niños muertos o, lo que es lo mismo, el crimen más horrendo que las enfermedades y la maldad puede cometer, quiero traerles al blog una pequeña joya del Cine Mudo que cuenta, además, con el aliciente extra de estar dirigida por una pionera del Séptimo Arte: la gran realizadora francesa Alice Guy Blanché, a la que los nuevos historiados de Cine consideran la primera persona que realizó una película tal y como la entendemos. O sea, el primer director de todos los tiempos. Así de contundente.
Falling Leaves (1912) es una película de 12 minutos que incluye, en mi opinión, el intertítulo más conmovedor de todos. Es éste:
Podríamos traducirlo como
“Estoy atando estas hojas
para que mi hermana no muera”.
Y es la respuesta de una niña pequeña cuándo le preguntan qué pretende al atar las hojas caídas a los árboles (la escena en cuestión, a partir del minuto 06:10). La pequeña e inocente Trixie está luchando contra la Naturaleza. Su hermanita está enferma y el médico ha pronosticado, muy poéticamente, que “morirá cuando la última hoja caiga”, es decir, cuando termine el otoño. ¿Y cómo evitar que eso ocurra?, volviendo a atar las hojas a los árboles... Tremendo.
Si después de esto no se les arrasan los ojos, son ustedes un@s tiarron@s de cuidado.
Disfruten de Falling Leaves,
mini obra maestra de una gran desconocida y pionera del Cine:
Alice Guy Blanché (1873-1968).
Para todos los niñitos muertos, que no pueden entrar en el Cielo (porque no existe)
ni en Europa (porque las olas los arrastran a Turquía).
Y recuerden, siempre Camus, no me sean pesimistas porque, pese a todo, "yo quiero testimoniar a favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y la violencia que les ha sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio".