Este ensayo, gracias al cual descubrimos a unos cuantos escritores que no conocíamos, contiene reflexiones tan interesantes como ésta:
Si hay artistas sin obra, también es cierto que bastantes obras están desprovistas de autor, o lo han perdido.
El escritor no es una necesidad de la literatura, del mismo modo que el artista no es un elemento indispensable de la experiencia estética. De hecho, los corpus literarios abrigan numerosas obras sin paternidad. Los cuentos son, por excelencia, entidades sin autor, hasta el momento en que caen en manos y bajo la pluma de maestros de la reescritura como Perrault y los hermanos Grimm…
Precedido de un prólogo de Enrique Vila-Matas, el ensayo de Jouannais conecta totalmente con la obra del autor de Bartleby y compañía: hay interés por los escritores del no, por los que abandonaron o prefirieron no hacerlo o sólo fueron escritores orales o anclados en un silencio elocuente, y también hay algunos juegos de espejos (al parecer, uno de los escritores citados es invención del propio autor). Uno de los aspectos más interesantes ha sido el de saber de la existencia de la biblioteca Brautigan, de la que yo no sabía nada. Así, dice Jouannais:
La biblioteca Brautigan, en Estados Unidos, en Burlington, en el estado de Vermont, la integran libros rechazados por los editores, obras abortadas, en suma, que han quedado petrificadas en ese estadio del manuscrito al cual se suma algo peor que el oprobio: el veredicto a menudo tan injusto como definitivo del fracaso. Libros, pues, que no existen.
Y, un poco después, continúa:
¿Cuántos Desgranges escritores, fallidos o abortados, existen? ¿Cuántos manuscritos existen que, a pesar de fantasear con ser libros, son algo totalmente diferente, huellas impublicables por demasiado personales, demasiado nutridas de pasiones inasimilables, patinazos que no respetan las estrictas convenciones de la edición? ¿Cuántos textos hay que son verdaderas experiencias vitales, desprovistos de todo crédito artístico, y que no han sabido plegarse a los esquemas comunes de las pequeñas fruslerías narrativas que exige la industria del papel impreso? Una infinidad de la que son testigos todos los comités de lectura de las editoriales. De ahí el interés, poético, conceptual y, digamos, humano, de la biblioteca Brautigan, un fondo de manuscritos rechazados.
Los dandis, la comunidad shandy de Vila-Matas, los que sólo escribieron cartas o esbozos o borradores de novelas, los discretos, los ausentes… Es éste un gran catálogo de raros, de artistas sin bibliografía que prefirieron no hacerlo. Su obra, en la mayoría de los casos, fue el silencio: lo que pudo haber sido.
[Acantilado. Traducción de Carlos Ollo Razquin]