Luego de un reparador sueño, Kapa, su esposa y los demás peregrinos continuaron el viaje, los gigantescos cuadrúpedos se levantaron bostezando con pereza mientras iban recibiendo las cargas nuevamente en el lomo. El día transcurrió sin novedades y con la misma rutina festiva. Así pasaron dos días más. Al cuarto día, las preocupaciones de Kapa habían desaparecido casi por completo, pero por alguna extraña razón se negaban a esfumarse del todo. Nuevamente abstraído en sus pensamientos, la angustia volvió a apoderarse de él, temiendo algo que sentía cercano pero invisible. Lo más curioso de todo es que él veía la misma expresión en el rostro de su esposa, pero quizás por las mismas razones que él tuvo, su esposa no le dijo nada por el temor de preocuparlo sin razones. Aún perdido en sus pensamientos, un grito rompió su concentración.
– ¡La metrópoli! ¡Ya se ven las torres! – gritó un hombre de baja estatura y barba larga, parado sobre la cabeza de su cuadrúpedo señalando con el dedo una gran torre de mármol más blanco que los mismos huesos.
Efectivamente, la metrópoli estaba ya muy cerca. La Metrópoli era una gran ciudad circular situada en el medio del continente. Estaba rodeada por siete gigantescos aros concéntricos que eran a la vez, puentes que permitían el acceso a la ciudad. Durante todo el viaje, Kapa había visto solo montañas y bosques tupidos, no había visto las otras caravanas de los demás pueblos, pero ahora que entró en el territorio de La Metrópoli, el terreno se hacía llano y permitía una visibilidad mayor del panorama.
Cientos de miles de caravanas hacían su llegada y cruzaban por distintos puntos a los aros concéntricos de la ciudad. Algunos como ellos, llegaron en gigantescos cuadrúpedos como movilidad, otras familias lo hacían a pié, otros en enormes aves bípedas que corrían a una gran velocidad, su mujer lo tomó del brazo y volteó la vista hacia su lado y vio a un gran número de familias de piel morena llegar en reptiles gigantescos a la metrópoli, también grupos que se transportaron en enormes elefantes lanudos, incluso, por animales voladores. Al fin y al cabo, la diversidad era una de las características más importantes de ese país, había tantos pueblos como personas.
Mientras cruzaban el primer anillo, sintió de improviso un gran sonido, eran los miembros de su caravana que comenzaron a entonar cánticos propios de su pueblo al tiempo que tocaban instrumentos, otros grupos arrojaban frutas y vegetales como muestra de la fertilidad de su territorio. Los miembros de otras caravanas hacían lo mismo mientras bajaban de sus bestias para entregar regalos a otros grupos. Todos se saludaban, todos se conocían en aquel momento, la fraternidad se podía tocar en el aire.
Kapa sintió su corazón hincharse de alegría y sacó de su cinturón, un instrumento tubular que emitía sonidos al soplarse, miró a su mujer para sugerirle que comience a cantar, pero ella ya se estaba distrayendo observando el espectáculo e hilando algodón con unos objetos largos y triangulares.
El jolgorio seguía, las torres que estaban situadas en las entradas de los anillos se encontraban abarrotadas por personas que miraban por las ventanas, saludando con la mano y una gran sonrisa a los peregrinos que llegaban de su largo viaje. La música más fuerte provenía de La Metrópoli misma donde, al parecer, ya comenzaba la inauguración de la festividad. Mientras Kapa intentaba ver cuántos anillos faltaban por cruzar sintió un leve tirón en el tobillo, al mirar hacia abajo vio a dos niños de cabellos rubios que intentaban llamar su atención para darle una canasta con frutas frescas, en agradecimiento la esposa de Kapa les regaló un mantón tejido con figuras geométricas que ella misma había confeccionado unas semanas atrás, más adelante, una pareja de esposos de piel morena se acercó a darles la bienvenida explicándoles que venían de un lejano pueblo al sur y mostrándoles su afecto regalándole unos extraños instrumentos que funcionaban con ligeros golpes y emitían un sonido seco, Kapa sacó su instrumento de viento y se los dio en señal de agradecimiento.
Pasaban las horas, la bulla y los regalos aumentaban considerablemente, el ambiente estaba muy alegre y la distancia de la ciudad era ya muy corta. Al llegar, Kapa y su esposa dejaron al animal en la entrada e ingresaron a la ciudad por una de las grandes puertas que flanqueaban la entrada, el interior era casi de fantasía.
Hecho casi en su totalidad de mármol y oro, La Metrópoli estaba distribuida en grandes templos con largas columnas estilizadas, altares para el dios sol donde los magos y sacerdotes practicaban la magia e invocaban sus favores, gigantescas academias donde los sabios impartían enseñanzas sobre el mundo y la naturaleza mientras caminaban por los prados, bellos parques con árboles rebozando en frutos, teatros suntuosos donde los hombres creaban el arte para poder divertir al sol por medio de la música, el drama, el baile, entre otros, una gigantesca biblioteca donde la sabia Klío administraba la memoria de los hombres a través del tiempo en pieles de cordero, también habían obeliscos, pirámides, mausoleos, osarios, etc. La Metrópoli era un lugar de grandes lujos dedicados a las artes, las letras, las ciencias y la magia.
Kapa y su esposa siguieron al mar de gente que iba con ellos, todos tenían un lugar fijo: El coliseo. El coliseo de La Metrópoli estaba exactamente en el medio. Las paredes eran casi tan altas como las torres que ocupaban la ciudad y poseían por dentro, innumerables escalones para que la gente pudiese tomar asiento y apreciar los espectáculos que se darían a continuación.
Al brindar algunos datos a los guardias de la entrada, Kapa y su esposa ingresaron al recinto. Una infinidad de escalones se desplegaban ante ellos y, al ver que casi gran parte estaba lleno, decidieron ubicarse en una de las zonas más altas del lugar. La arquitectura del coliseo, diseñada en tiempos remotos por algún virtuoso geómetra, permitía una apreciación impecable y una acústica privilegiada de los eventos. Desde aquella altura donde se encontraban sentados, Kapa podía observar no solo el espectáculo, sino también la inmensa ciudad que se desplegaba ante sus ojos. Su vista abarcaba casi toda La Metrópoli y al fondo se podía observar el gran monstruo azul: el mar.
Kapa nunca había ido al mar, ni tampoco su padre. Su abuelo contaba que el país en que vivían se situaba en una gran isla, un pedazo de continente flotando en el mar por disposición de los mismísimos dioses sobre su posición privilegiada con respecto a los demás lugares secos del mundo. Su abuelo decía que, fuera de los límites del país y del mar, habían otros lugares donde habitaban seres humanos, pero estos eran conflictivos y de muy poco desarrollo por lo que La Metrópoli había tomado como medida, desde hace ya muchos siglos, evitar el contacto con estas personas a fin de mantener un ambiente de paz. Algunos aventureros habían intentado cruzar el mar en botes o pequeñas embarcaciones, pero todos habían fracasado al no poder competir contra el fuerte oleaje. Tampoco faltaban los fanfarrones que presumían haber llegado hasta la otra orilla y afirmaban haber visto seres monstruosos y deformes en un estado primitivo y viviendo como fieras salvajes pero todo ello no pasaba de un simple dicho, lo oficial era que nadie había podido cruzar las fronteras del mar.
Una vez más, absorto en sus pensamientos sobre el mar, sintió una cálida mano posarse sobre la suya.
– Tranquilo, yo también siento que algo no anda bien. – dijo repentinamente su esposa.
Esto sacó a Kapa de sus reflexiones casi de golpe. Era la primera vez que su esposa le manifestaba su inquietud sobre aquello que él pensaba. Esto lejos de calmarlo lo inquietó aún más, quiso preguntarle sobre qué sentía ella pero de pronto un potente ruido los interrumpió.
El rey había llegado al coliseo, se sentó en el gran trono de oro construido para aquella ocasión, iba escoltado por los guerreros que en unos minutos pelearían a muerte en la arena, cinco de sus esposas, un grupo de sacerdotes de alto rango, sus magos personales y un grupo de astrónomos. El grupo era, visualmente, muy impactante dados los ornamentos que tenían en sus vestimentas. No obstante, lo curiosamente llamativo era la expresión de los magos y los astrónomos quienes se les veían impasibles y constantemente miraban al cielo para luego cuchichear entre ellos con expresión grave.
Al parecer el rey no se percató de la extraña conducta de estos, por lo que comenzó su largo discurso sobre el estado de bienestar que se vivía en el país durante su gobierno. Mencionó la felicidad de sus habitantes, la riqueza de sus bóvedas y la bondad de sus dioses. Comentó sobre algunos pequeños conflictos que se habían tenido anteriormente pero que ahora solo estaban convertidos en pergaminos dentro de la biblioteca de la sabia Klío, también mencionó sobre lo fructífera de la nación y la solidaridad de sus habitantes. El país en general, era un foco de civilización muy alto con respecto al mundo y esto llenaba de orgullo al rey.
Agradeció la peregrinación de los diversos habitantes de los pueblos que, dejando todos sus quehaceres a un lado, llegaron hasta La Metrópoli para poder apreciar el evento de máximo de culto hacia el sol, finalmente las palabras del rey cerraron de la siguiente manera:
“… pues sí, mis amados súbditos, no hay otra nación tan grande como la nuestra; próspera, solidaria y diligente. Tenemos sobre nuestros hombros, el peso de innumerables siglos como testigos mudos de la llegada del pináculo del desarrollo humano. Hemos sabido triunfar, señores, hemos dominado los obstáculos que la naturaleza nos impuso desde el inicio y finalmente, con la ayuda del sol, nos convertimos en aprendices de la divinidad al develar los más arcanos secretos que nos ha puesto natura. Nuestros filósofos han develado el pensamiento, nuestros matemáticos han desnudado la lógica natural, nuestros arquitectos han descubierto el orden de las cosas, nuestros magos han visto lo que los óbices naturales jamás podrían ver, nuestros soldados han retado los límites de la fuerza y la destreza y ustedes, mis amigos, han demostrado que la unión de los hombres es más fuerte que cualquier vanidad individual. Esto es por ustedes hermanos, porque pronto dejarán atrás sus carnes y serán revestidos por la luz de lo sacro. Sí mis amigos, estamos camino a la divinidad, nuestro desarrollo así lo demuestra, cientos de años de conocimiento agrupados en las bibliotecas nos destinan a jubilar a los dioses, pronto podremos emular casi todos sus actos y podremos sentarnos al lado de los seres celestes que dieron origen a esta gran nación. ¡Bebed, comed y bailad hermanos míos, este Sol Imperium es para nuestro padre clemente, el sol, pero puede que el siguiente sea en honor a nosotros!”
Terminadas las palabras del rey, el coliseo explotó. Los vítores y hurras de miles y miles de personas rebotaban en las paredes del coliseo, era el ego humano tocando el vientre del cielo. Desde el más humilde leñador hasta el oficial militar de más alto rango se sentían iguales, la declaración de divinidad sobrepasaba cualquier halago posible por recibir, no hubo antes un día donde el hombre se sintiera tan poco humano como aquel.
Mientras los fuegos de artificio teñían el cielo por obra de los alquimistas, Kapa y su esposa sintieron que aquello no era correcto. Ellos no participaron tan amenamente de aquella declaración de divinidad, una severa culpa y un extraño sentido de responsabilidad le pusieron freno a sus emociones. Se miraron a los ojos, pensando cómo reaccionar mientras sus rostros eran iluminados por el resplandor del cielo, dieron un vistazo por las demás gradas del coliseo circular y vieron que habían algunas familias que no participaron de la celebración, solo daban leves palmas y volvían a sentarse. Como movido por un extraño respeto, Kapa cogió su varilla dorada y lo empuñó con fuerza, como intentado pedir perdón a sus ancestros a través de eso por tamaña afrenta.
Era cierto que su civilización había conocido mucho más de lo que quizás un grupo de hombres esté destinado a conocer sobre el mundo que lo rodea, pero esto no justificaba darles una carta de jubilación a aquellos seres que les habían dado una oportunidad de existencia. El ego humano quería ahogar el mito porque descubrió aquello que sus creadores habían descubierto, perfeccionado y ocultado mucho tiempo atrás, no había justificación alguna para pretender que una ceremonia tan antigua y sagrada como el Sol Imperium vaya a ser sustituía por una ceremonia en honor al hombre y su vanidad. Si aquello era cierto, esta sería la última vez que él asistiría a una ceremonia del Sol Imperium pues ni él, ni su descendencia, estarían dispuestos a anular su significado.
La abstracción de Kapa se interrumpió cuando sonaron los cuernos que anunciaban el inicio de las actividades. La euforia del público disminuyó y los guerreros que lucharían a muerte iniciarían la ceremonia.
Las luchas duraron cerca de dos horas. Tras encarnizados encuentros entre hombres virtuosos con la espada y ágiles de pies, le siguieron las fieras que no perdonaban errores. Decenas de hombres y bestias heridas en el campo tiñeron de escarlata el suelo, donde quejidos y rugidos se apagaban a la velocidad en que un alma sale del cuerpo. Finalmente el vencedor, un tal Jares, se coronó como el hombre más diestro en el arte de la guerra.
Después de los combates cuerpo a cuerpo siguieron los números artísticos, las declamaciones poéticas, los cantos y el drama se hicieron presentes en el coliseo, cosechando manantiales de lágrimas entre el público, luego siguieron las ofrendas. Algunas familias, llamadas por el mismísimo rey, bajaron por los escalones de mármol blanco que había en ciertos intervalos de distancia entre las tribunas y se presentaron como aquellas que habían dado las más suntuosas ofrendas por aquel día. El más condecorado fue un habitante de una familia situada al oriente del país, un hombre obeso de ojos rasgados y calvo de quien se decía, era uno de los más ricos del país quien había doce mil cabezas de ganado a los templos del sol por sus gracias en estos veinte años.
Luego de las donaciones, vinieron los magos para demostrar el arte de la permutación de la materia. Toth, el gran maestro de la magia en el templo mayor del sol, comandó un gran número de magos, entre aprendices y maestros de los treinta y tres grados que ofrecía el templo iniciático. Los colores y las luces reinaron por varios minutos divirtiendo a los más pequeños del coliseo quienes se quedaban parados cerca a los barandales de las tribunas con los labios abiertos, mordiendo una que otra fruta mientras saciaban su curiosidad. Luego de que Toth durmiera diez bestias traídas al azahar al coliseo con tan solo levantar su cetro ante el asombro de todo el público, el rey dio vigorosas palmadas con una sonrisa satisfecha en su rostro para mencionar la clausura de la ceremonia.
CONTINUARÁ…