Un silencio escandaloso circulaba
entre nosotros aquella madrugada.
Abrazados,
ignorando a todo aquel que intentara separarnos
acariciamos las espaldas y los cabellos,
y rezamos
porque aquel abrazo durara para siempre,
y se hizo eterno como aquella noche larga,
cálida y oscura noche de julio.
Pero lo que duró para siempre fue aquel adiós.
Nos vimos otras veces,
pero ya estábamos marcados por su sombra,
la soledad, la pena y el adiós de aquella noche
se cernían sobre nosotros
y nos apretaban la cintura.
Lo vivimos todo muy deprisa,
a grandes bocanadas nos bebimos la vida
y lo que pudo ser vivir la juntos.
Lo que soñamos y lo que nunca fuimos
se lo llevó de un plumazo un invierno
y ni siquiera volvimos a vernos para decirnos adiós.