traducir a una bestia


Quizás hoy hace un mes que volví para quedarme. Quizás, no lo recuerdo. He vuelto al entorno de mi infancia, convertida en madre, y siento que habito en dos estados distintos, dentro de estas paredes. Soy sombra y golpes de luces, soy niña y útero marcado, al mismo tiempo. Recupero trabajos de costura y dibujos realizados hace mas de quince años y los inserto aquí y ahora en mi. Observo a mi madre, convertida en abuela, respetuosamente, al fin. Nuestro matriarcado proviene de un daño previo, un daño genital y masculino, que acabó derivando en una sólida costra, coraza de independencia. Encuentro fotos de parejas que han dejado de serlo, que dejaron de serlo incluso durante. Mi padre tenía el pelo negro y mi madre unos ojos muchos más grandes. Mi dormitorio es una preciosa crisálida llena de 29 años de vida. De objetos sin valor económico y, por lo tanto, sagrados. Este hábitat acaba haciéndome sentir segura, acaba desviándome de la corriente, de la cresta de la ola. Me sumerjo. Indago. Y entonces redescubro a la poeta, mal, parcialmente traducida al castellano, y sus brutales poemas sobre el hijo, sobre los hijos. Sobre los posibles recién llegados. Poemas bestiales que apuestan a todo o nada, que se aventuran en lo múltiple, que abordan la monstruosidad que se esconde en toda transformación. Traduzco a esta bestial poeta, la escucho y traduzco. Traduzco bestias encerradas en mujeres a punto de dar a luz. Traduzco la brutalidad de un gran misterio. Sólo traduzco. Y entonces un editor surge al otro lado,

y mira.

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