Como decíamos la semana pasada, al decir de Fray Luis de León, la lectura de los “Los Miserables” es uno de esos ejercicios de estío que hay que emprender. Lo que me atrajo de esta novela desde el principio fue la amplia gama de maldades que maneja. Víctor Hugo, ese universo eterno y literario, concibió por entregas, en el viejo París del XIX, un espectro amplio de malos de tinta que sigue teniendo su utilidad. Seguir leyendo aquí.