La revolución secreta, Claudio Cerdán

Editorial Alrevés, 318 páginas, 18 €.
Por Juan Laborda Barceló


No quiero que el 2015 avance un paso más, y se adentre en nuevas aventuras, sin desgranar aquí uno de los libros que más me ha llamado la atención en el difunto año pasado.
La Revolución secreta, de Claudio Cerdán, conjuga con una maestría estridente para alguien tan joven varios géneros, creando una atmósfera envolvente desde la primera página. En apariencia, la fantasía y el terror se dan la mano en una obra que permite, afortunadamente, varios planos de lectura.
La parte histórica, créanme, soy un fanático de Clío por afición, devoción y profesión, está magníficamente conseguida. La guerra civil rusa (1918-1921), el marco en el que se desenvuelve la obra, es presentada de manera veraz, precisa, nada maniquea y, sobre todo, ágil, puesta al servicio de la narración. La elección de un período tan oscuro como fascinante es de una sugerente crudeza. El abismo que se abre tras una revolución es el contexto ideal para una ficción potente. En esta estampa, la estepa helada, la nieve y el frío son un personaje más, del que sentiremos, como de los otros, sus dentelladas y miserias.
Un narrador omnisciente nos acerca a los diversos personajes, pero siempre pendiente del hilo conductor de la trama que es el Capitán Aleksander Strahov. Se trata de una figura llena de contradicciones, como mandan los cánones de la buena literatura, arribista y racional. Todo un filón. Arranca la novela mandando un pelotón de fusilamiento del ejército blanco. Acto seguido, recibe de la figura real de Kolchak un encargo. Deberá desplazarse y defender una posición perdida llamada Kladbitshe.
Será en ese viaje, inicio de la deriva fantástica de la historia, donde comience a darse cuenta de los verdaderos peligros que esconden las heladas y blanquecinas tierras. Nada más llegar a la población, Strahov descubre que se están cometiendo unos crímenes terribles, achacados a una criatura salvaje, a una bestia de la estepa. En medio de una guerra tan absurda como cualquier otra, cuyos orígenes se pierden en los sinsentidos de las ideologías, como muy bien deja ver el nada tendencioso texto del autor, aparece una personalidad de lo más estrambótica para dar caza a ese extraño ser: el Maestro. Figura excesiva, cazador de hombres lobo, místico desatado, hercúleo y violento. Junto a él viaja su terrible y enmudecido Aprendiz.
La persecución de ese extraño ser permite al autor bucear en la fascinante historia de los licántropos, de los horrores afincados en el imaginario colectivo y en los aspectos más antropológicos del terror. El Maestro, un verdadero experto en la materia, nos guiará por estos senderos, cuya única salida es la destrucción definitiva de tales bestias, según él mismo explica. Frente a él, Strahov personifica la razón, lo deductivo y civilizado del hombre de guerra moderno.
La evolución de la investigación, así como la palpitante guerra y la inherente represión, nos permiten conocer a los personajes en profundidad y dan lugar a pasajes tremendamente atractivos, dinámicos y plagados de violencia.


Como indicábamos al inicio de estas letras, hay en la obra de Cerdán una interesante hibridación de géneros, incluyendo el bélico, pues se desgrana con pericia y tensión una batalla entre dos posiciones tan gemelas como desesperadas. La guerra, como enfrentamiento cainita que nos encara con la alteridad, es un juego de espejos de lo más revelador sobre la naturaleza humana. Estas páginas, con varios mecanismo del lenguaje y de la forma, lo muestran a la perfección.
Quizá, si se nos permite la licencia, la visión que predomine en la obra sea la del western. Strahov es un pistolero solitario que tiene una misión. Llega motivado por ella a un pueblo donde hay “indios y vaqueros”, defensores de la ciudad, habitantes y sitiadores, además de un Comisario manco, llamado Gogniev. En la novela se desarrolla toda la parafernalia simbólica del western, pero congelada en blancas estampas. Existe un verdadero duelo al sol, destellos de acero incluidos, que es el cénit de esta lectura de tonos crepusculares.   
No conviene cerrar esta reseña sin dejar claro que lo que sobresale, cuando lucen cada uno de estos géneros, es un realmente elaborado, fluido y notabilísimo estilo literario propio. Puede que la presencia en la trama de Bulgákov, médico y escritor real, sea una buena manera de homenajear esta lograda intención literaria.

Si disfrutan de los textos como si fuera un buen rato de cine, no deben perderse esta novela. 

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