Talento para perder (3)
Como en mi casa el fútbol no se consideraba algo interesante, y ya no digamos merecedor de esa atención ritual que yo le prestaba cada domingo, pronto adquirí la hermética costumbre de encerrarme en el baño a escuchar los partidos de Boca. En un tiempo con escasas emisiones en directo, a años luz de los canales digitales, la radio era nuestros ojos. También un desafío de imaginación aplicada y apreciación lingüística: si no había exactitud en la narración, el partido se emborronaba, perdía foco. Aunque me declaro adicto a los partidos televisados, por radio se alcanza un prodigioso vínculo entre estímulo verbal y producción de imágenes. A mejores palabras, mayor caudal de visualización. Por radio, entonces, yo escuchaba y veía a Boca. Para poder concentrarme en cada movimiento imaginado, para entregarme sin distracciones al gozo y al sufrimiento, justo antes del silbato inicial corría al baño y me recostaba en la bañera vacía. Apoyaba la radio en el borde, la ponía a todo volumen y me dejaba envolver por el sobresalto de los ecos. Así la narración, las voces, los goles se multiplicaban a mi alrededor, convirtiendo las paredes del baño en una pequeña cancha flotante. Ahí, a bordo de mi bañera xeneize, naufragando en dirección a la Bombonera, escuché los tres goles de Independiente que nos impidieron salir campeones el año en que Menotti trató de reflotar a Boca.