Lev Tolstói: Confesión.
Acantilado. Traducción de Marta Rebón.
Tras un verano marcado por la muerte y sus sicarios (enfermedad, vejez, la suerte y sus pestes), leer a Tolstói reconforta: no hay manera de alcanzar su paz de espíritu pero es fácil simpatizar con sus zozobras. La nada está ahí —aquí—, y fría o caliente nos espera.
«La verdad era que la vida es un absurdo. Delante de mí no había nada excepto mi ruina. Y esto aconteció en un momento en que estaba rodeado de lo que se considera la felicidad completa; cuando aún no cumplía cincuenta años». En el cénit de su vida (goza de salud, es un escritor respetado), Tolstói atraviesa una honda crisis de conciencia. Busca, con ahínco, desbaratar los «hilos sutiles de mentira» con los que está entretejida la verdad. Mentirse a uno mismo no tiene sentido y ninguna de las posturas (ignorancia, epicureísmo, suicidio o desencanto) observadas entre quienes lo rodean le satisfacen. La vida es una cripta envenenada, la muerte es la única verdad.
Confesión es el testimonio de un proceso honesto y doloroso de indagación personal. Un alegato contra el cinismo y la estupidez humana; contra la falta de pensamiento crítico y una moral basada en el qué dirán. ¿Qué es lo esencial y dónde se halla? Nadie sabe. Dictaduras. Dictar. Que los filósofos callen. Que todo el mundo busque. Que nadie dicte más.
Según la Teoría del Bing Bang, el universo tendría unos 14 mil millones de años, y se daría la paradoja de que podríamos viajar infinitamente en el espacio pero no en el tiempo. Cómo estar seguros. Los conceptos más elementales continúan revisándose: espacio, tiempo, energía, materia. Materia oscura. Energía oscura. Ilusión óptica. Multiversos. Puede que en otros 14 mil millones de años los conceptos nos piensen a nosotros en vez de nosotros a los conceptos.
«Quiero que lo inexplicable se me aparezca como una necesidad de mi razón —que no puede comprender nada fuera de sus exigencias—, y no como una obligación de creer», concluye Tolstói.
Final de microcrítica.